sábado, 21 de julio de 2007

A pesar de que no había ninguna línea que recorriese su cabeza de arriba abajo y desde atrás hasta delante ni que uno de los lados se hubiese separado preocupantemente del otro (imagen asquerosa incluso en un lugar como este), su cara marcaba dos claros mensajes. Uno era el de "siéntate aquí, digamos nuestros nombres y después que estamos encantados" y otro "la espada imaginaria que sale de mi mirada está a dos centimetros de tu ceño". A pesar de eso, yo estaba bien tranquilo. Mi experiencia con espadas imaginarias siempre han acabado sin ningún herido.

- Tenemos que hablar -fue su primera frase, parecía obvio por lo tanto que no iba a ser una conversación modo A.
- Eso ya lo sé, para eso he venido.

Su mirada agarraba con ambos ojos el mango de la espada conteniendo las ganas de usarla. Sabiendo que es imaginaria, no me hubiera importado darle permiso para que hiciera con ella lo que quisiera. Rebuscó a una mano en su bolso pero sin apartar la mirada de mi persona, como si pensara que yo iba a aprovechar la distracción para salir corriendo o robarle el bolso. Creo que aunque no mires al frente, notas cuando alguien echa a correr justo delante tuya y que además te intenta quitar la cosa en la que tienes metida la mano. Sacó un sobre amarillo sucio (hasta con colores como esos habrá alguien que al escucharlo diga "¡mi favorito!") y lo puso sobre la mesa. Cerró el bolso cuando atinó a la cremallera y lo puso a salvo de gente como yo.

- Lee lo que contiene -me ordenó.

No tenía nada mejor que hacer en ese momento y en ese lugar, por lo que obedecí. Estaba impaciente, así que abrí el sobre como quien abre una bolsa de patatas. Había unos cuantos folios dentro y antes de que me diese tiempo a examinarlos me avisó de que sólo me interesarían los dos primeros. Leí la hoja número uno y me quedé bastante igual que antes, aunque creo que la reacción natural hubiera sido la de sorpresa, puesto que lo que tenía en mis manos era un acta de defunción. Aunque la cosa cambia cuando el acta de defunción que lees es el de una persona que no conoces.

- No sé quién es esta persona.
- Quién era -me corrigió.
- Bueno sí, comprende que todavía no haya asimilado que esté muerta una persona a la que no conocí viva.
- Ella sí te conoció.
- Ah, ¿sí? ¿Y cómo lo hizo sin que yo me enterase? No soy la típica persona cuya cara aparece en revistas o posters.
- La siguiente hoja te diré yo lo que pone -la cogió y le echó un vistazo-. Es la herencia.

Es inevitable que al escuchar la palabra herencia se te venga a la mente que es dinero o algo que como mínimo puedes vender. No conocí a la difunta, pero si me había dejado en herencia desde luego que la recordaré para siempre a partir de ahora, aunque la única imagen que tuviese a mano dentro de mi cerebro para recordarla fuera la de su accidente de tráfico. El choque debió ser frontal, no vi escrito por ningún lado la razón de la muerte, pero a juzgar por la foto de la escena o fue eso o estornudó demasiado violentamente.

Fue justo en el preciso instante en el que empecé a pensar que había regalos cayendo del cielo para mí, cuando vi el cañón de una pistola apuntando en mi dirección. Esa chica no poseía sólo una espada imaginaria, sino una pistola bastante real. Está claro qué fue lo primero que pensé. Hasta que no dejé de insultarla mentalmente no pasé al segundo pensamiento:

- ¿Quieres mi herencia? -Pregunté, dispuesto a renunciar a ella.

Llegados a este punto me daba igual perder la herencia. Total, había vivido toda mi vida sin saber nada de ésta y sin embargo mi vida llevaba toda la vida viviéndola. Además, procedía de una persona que no conocía, por lo que no había sentimentalismos de por medio. Interés puro y duro.

Se empezó a reír. No era la reacción que yo esperaba, pero no está mal hacer reír a quien te apunta con una pistola.

- Esa herencia no es para nada transferible. Su legado en este mundo, lo que ha querido dejar vivo a pesar de su muerte, es la venganza. Lo que te ha dejado en herencia es tu muerte y yo vengo a entregártela.

En realidad, no había regalos cayendo del cielo. Pero sí que los había en el mismo mundo fantasioso de la espada, e iban cayendo con bombas dentro. Entonces hice lo que tenía que hacer: Robarle el bolso y salir corriendo.