Intento examinar mi situación, pero una ceguera nocturna jamás antes experimentada me atrapa en lo desconocido. Mis brazos tiemblan intentando palpar algo que me proporcione estabilidad, pero sólo parece abrazar un baile de sombras, con sus cánticos y sus risas danzando a mi alrededor.
Tras unos segundos intentando no sucumbir a la locura, una vela tras otra, encendiéndose no tengo nada claro cómo, van creando un camino frente a mí. Como hipnotizado, no decido caminar a través de él, pero lo hago. Unos tres pasos, no más, y llego por fin a la puerta. Ésta se encontraba abierta, pero, para mi decepción, bloqueada. Una sofocante luz blanca entraba por los bordes que dejaba libre una enorme silueta que me sacaba por lo menos dos cabezas.
Se inclina hacia mí y puedo vislumbrar cómo se ajusta unos guantes blancos y, tras eso, sube levemente la visera de su sombrero gris, dejando que sus ojos transformen las oscuras sombras en sangrientos destellos que reflejan sus profundos ojos rojos. Y, así, permanecemos un buen rato los dos quietos, examinándonos en silencio; acción que acabó interrumpida por una prominente carcajada de ultratumba que emitió sin previo aviso. Pero yo no titubeo, mantengo un destornillador que tengo siempre en mi escritorio, por si acaso, sujeto firmemente hacia abajo. Me abalanzo sobre él mientras mantiene esa estridente risa y le hinco el hierro en el cuello. Lo atravieso de un tajo rápido. Entonces siento como uno de sus guantes blancos se cierra en mi garganta y como si fuera yo una pluma me levanta y me mantiene en el aire, sin parecer importarle tener aun el destornillador clavado.
Intento liberarme de la gigantesca mano que me aprisiona y me mantiene en volandas, pero no hay nada que hacer. De todos modos, la situación me hace pensar que él tampoco va a dar un nuevo paso, también se siente asustado por la herida que le he propinado. Yo, a unos dos pies del suelo, mirándole desafiante mientras me aferro a su garra; él, mientras tanto, chorreando sangre cuello abajo y con expresión de ira incandescente fija en mí.
- Deja de buscar mis ojos -dice apretando los dientes mientras me arroja contra la pared. Y se va.
Se hace la luz de nuevo y, cuando disfruto del corazón empezando a latir a un ritmo normal, observo que parece no haber sucedido nada en mi habitación.
Pero yo sé que sí.