lunes, 12 de septiembre de 2011

Las persianas, de manera unilateral, han decidido que se haga la noche en mi habitación y las bombillas parecen no querer poner soluciones al respecto. Me quedo en pie, inmóvil, expectante y, sobre todo, alerta.

Intento examinar mi situación, pero una ceguera nocturna jamás antes experimentada me atrapa en lo desconocido. Mis brazos tiemblan intentando palpar algo que me proporcione estabilidad, pero sólo parece abrazar un baile de sombras, con sus cánticos y sus risas danzando a mi alrededor.

Tras unos segundos intentando no sucumbir a la locura, una vela tras otra, encendiéndose no tengo nada claro cómo, van creando un camino frente a mí. Como hipnotizado, no decido caminar a través de él, pero lo hago. Unos tres pasos, no más, y llego por fin a la puerta. Ésta se encontraba abierta, pero, para mi decepción, bloqueada. Una sofocante luz blanca entraba por los bordes que dejaba libre una enorme silueta que me sacaba por lo menos dos cabezas.

Se inclina hacia mí y puedo vislumbrar cómo se ajusta unos guantes blancos y, tras eso, sube levemente la visera de su sombrero gris, dejando que sus ojos transformen las oscuras sombras en sangrientos destellos que reflejan sus profundos ojos rojos. Y, así, permanecemos un buen rato los dos quietos, examinándonos en silencio; acción que acabó interrumpida por una prominente carcajada de ultratumba que emitió sin previo aviso. Pero yo no titubeo, mantengo un destornillador que tengo siempre en mi escritorio, por si acaso, sujeto firmemente hacia abajo. Me abalanzo sobre él mientras mantiene esa estridente risa y le hinco el hierro en el cuello. Lo atravieso de un tajo rápido. Entonces siento como uno de sus guantes blancos se cierra en mi garganta y como si fuera yo una pluma me levanta y me mantiene en el aire, sin parecer importarle tener aun el destornillador clavado.

Intento liberarme de la gigantesca mano que me aprisiona y me mantiene en volandas, pero no hay nada que hacer. De todos modos, la situación me hace pensar que él tampoco va a dar un nuevo paso, también se siente asustado por la herida que le he propinado. Yo, a unos dos pies del suelo, mirándole desafiante mientras me aferro a su garra; él, mientras tanto, chorreando sangre cuello abajo y con expresión de ira incandescente fija en mí.

- Deja de buscar mis ojos -dice apretando los dientes mientras me arroja contra la pared. Y se va.

Se hace la luz de nuevo y, cuando disfruto del corazón empezando a latir a un ritmo normal, observo que parece no haber sucedido nada en mi habitación.

Pero yo sé que sí.

domingo, 4 de septiembre de 2011

Feeling good

Una tarde cualquiera en la que caminaba por un paseo marítimo, tras un rato ausente en a saber qué, de repente se detuvo. Examinó con curiosidad sus manos y tras unos segundos miró con firmeza al frente. Y, sin más, sus pies empezaron a separarse del suelo.

Poco a poco, despacio, su levitación ascendente fue yendo a más, ante el asombro de los transeúntes que rápidamente formaron un corro estupefacto bajo él. Extendió sus brazos horizontalmente con las palmas hacia arriba y continuó elevándose solemnemente.

Cuando estaba a unos diez metros del suelo frenó su vertiginoso ascenso y permaneció estático durante minutos en los que ni él mismo ni los que allí se habían congregado ante la novedad podrían haber dado una explicación a aquello. Sin embargo, a algunos les daba la sensación de que él no parecía sorprendido. Pensaría que había pasado lo que tenía que pasar. Y así, rápidamente, ya era dueño de sí mismo a ese otro nivel.

Ahuecó la palma de su mano frente a él y, de la nada, una especie de esfera negra apareció sobre ella. La esfera estaba rodeada de una especie de diminutos relámpagos que chisporroteaban apareciendo y desapareciendo como furiosa ráfaga de energía contenida, sonando como cientos de látigos estampándose contra un mismo punto a un ritmo aleatorio y trepidante. Entre tanto, en lo que examinaba su creación con orgullo, el mar tras él empezó a encabritarse y las olas chocaban de manera excesivamente violenta contra las rocas, llegando sus estallidos a la inusual situación de invadir la acera. La esfera fue adquiriendo progresivamente un tamaño considerablemente más grande, más imponente.

Era como un sol negro posado sobre su mano, una esfera perfectamente lisa con una escandalosa tormenta eléctrica en su superficie. Todos, menos él, siguieron con la mirada cómo dicha esfera empezó, a su vez, a ascender independizándose de su lugar de nacimiento.

Así pues, aquella era la situación. La agitación de cientos de personas que contemplaban estupefactas cómo un hombre levitaba sobre ellos bajo una especie de sol de ardiente y tenebrosa energía, con el mar cada vez más embravecido y un viento huracanado que parecía no saber a dónde querer ir, pero sí alrededor de quién.

La fascinación acerca de dicha esfera ya había alcanzado lo que parecía su punto cumbre cuando, de repente, llegó su estallido. Una ensordecedora explosión que cubrió el cielo de fuego durante unos instantes ante el boquiabierto pánico del gentío. Y, mientras él empezó a sonreír ante lo que no era una toma de conciencia de su poder sino más bien una demostración de él, dijo así:

"El mundo va a cambiar a partir de ahora, he nacido por fin, ahora va a llegar mi dictadura"

Y dicho esto, extendió su brazo hacia arriba y de su mano brotaron innumerables corrientes de energía de un negro absoluto que se alargaban y serpenteaban entre ellas, uniéndose y tomando forma, transformándose. Entonces, cerró su puño, en lo acabó siendo la empuñadura de la gigantesca espada que se había creado tras la metamorfosis. Y, sin perder la felicidad que emanaba de su sonrisa torcida, habló nuevamente:

"Pero antes de eso, voy a divertirme"

Rompió el viento con la espada dejándola bajo su cintura y, estirando el brazo que le quedaba libre, apuntó con su palma abierta a un sector de su público, de manera aleatoria.

Y otra relampagueante esfera negra brotó de ella.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Dos bailarines, agarrados nerviosamente por la cintura, comenzaron a bailar al son del piano, entre las sombras de aquel amplio y mal iluminado salón. La tétrica canción que sonaba no facilitaba el baile, y bien podía decirse de ella que su decadente ir y venir de notas podían ser las más tristes de un entierro.

Los jóvenes intentaban hacerlo lo mejor que podían, pero parecían sometidos a demasiada presión. Temblaban y se intercambiaban miradas incómodas mientras trataban de no tropezar con ellos mismos.

Todos estos sudores fríos que padecían se debía, principalmente, al público que tenían. Un grupo de hombres de trajes negros observaban con desinterés a la pareja, formando una circunferencia con ellos dos en el centro de las miradas. De piernas cruzadas en sus sillones de cuero negro, murmuraban y comentaban mientras fumaban tabaco y bebían whisky.

Uno de ellos, que sí mantenía la mirada fija en los dos protagonistas, fingía tocar con su mano las notas del piano en el aire mientras sonreía enigmáticamente bajo su sombrero. Era tal el punto en el que parecía conocerse la canción, que perfectamente podía ser él quien, a través de un piano invisible, estuviera emitiéndoles la siniestra melodía.

Al fondo del salón, en la más acuciante oscuridad, en un gran sillón acolchado de un rojizo tan fuerte que podía dañar la vista y que se parecía más a un altar que a otra cosa, estaba sentado un niño de unos siete u ocho años. El niño llevaba los ojos vendados y, aun así, parecía intentar seguir con desesperación el baile mientras tosía a causa de la nube de humo que había en la estancia.

El baile acabó y la pareja se quedó estática en el centro, esperando a averiguar qué era lo que iba a suceder a continuación. El hombre del sombrero se levantó y, haciendo señas, pidió que volviera a sonar la canción y se dirigió frente al niño.

- ¿Qué te ha parecido el baile? -Le preguntó.
- No puedo ver, no he podido apreciarlo -contestó, sin titubear.

El hombre, tras unos segundos de reflexión, negó con la cabeza decepcionado y se dirigió hacia los bailarines.

- No es suficiente -les anunció.

Y tras eso, sacó una pistola que tenía enfundada bajo su chaqueta y les propinó un disparo a cada uno en la cabeza.

Nadie se inmutó.

- Traed a los siguientes y ponedles la canción desde el principio -ordenó, regresando a su asiento.