viernes, 24 de agosto de 2007

buuuufff

Día y noche, mañana y tarde; lo entretenido de todo eso era el cambio. La vida es un juego en tres dificultades, con varios subniveles entre cada uno; juegan entre sí a ver quién es el que pasa el turno más rápido porque lo entretenido de todo esto es el cambio, estancarse mucho tiempo en el mismo nivel iba dando paso minuto a minuto al aburrimiento.

Hacía un puzle en el suelo del trastero. 1000 piezas, ni muchas ni pocas. Ni 100 ni 5000, un nivel medio en un 50 de subnivel. No es gran cosa, pero la foto que buscaba era siempre la misma, acabé aburriéndome. La gente que completa los puzles se burla de las que no son capaces de hacerlo, sin embargo, cuando me siento frente a la sopa de piezas que tengo en el suelo, veo que no tiene motivo de orgullo. Te rompes la espalda de estar sentado en el suelo para coger una pieza tras otra, si todavía no has llegado al cielo, no coges las azules; si quieres terminar la catedral, buscas las marrones. Si hay trescientas marrones, trescientas que coges y pruebas. Una tras otra, no tiene que ser la primera, ahí moría el mérito. Evidentemente, abandoné el proyecto. Ese tipo de puzles no llamaba mi atención

Conforme avanzaba mi vida, me iba dando cuenta de que mientras más me divertía, más me costaba volver a divertirme. Apilamos las experiencias a modo de escalera, para visualizar el gráfico de nuestro progreso. Lo cierto es que toda la vida está puesta a modo de escalera, de cientos de ellas. Cada absurda idiotez que conlleva estar vivo forma una escalera en único sentido ascendente. Divertirse era una de estas absurdeces. Cada momento divertido es un peldaño que se queda atrás. Lo que me hacía tremendamente infeliz era atar un nivel de dificultad progresivo a cada peldaño de la escalera. El primer peldaño, por lo tanto, era el subnivel 1 del modo fácil. Lo que se traduce en... reírse viendo a otro estornudar, por ejemplo.

El paisaje es precioso, pero los he visto más preciosos aún; la comida es deliciosa, pero las he comido mejores; la inspiración está en positivo, pero he tenido éxtasis más poderosos. Nada llega a ser perfecto y todo se vuelve cada vez más imperfecto. La exigencia es el precio que pagamos para poder ser personas experimentadas, tiene sus pros y sus contras, como todo. Yo estoy obsesionado con los contras, y los pros no me atañen. Me asomo a la ventana, y lo divertido de ver un trapecio entre nube y nube es presenciar el momento de la caída. Salgo de casa para alimentarme de todas esas caídas, esa escalera todavía me permite divertirme con las pequeñas cosas.

Las parejas que andan por la calle agarradas de la mano, para mi están esclavizadas por la mano ajena. Les pinto esposas, y determino quién es el sádico. La gente muere a mi alrededor, alrededor de ellos se marchitan las flores, y alrededor de esas flores los diminutos insectos que se alimentaban de ellas caen al suelo presas de la inanición. Alguien ya no tiene que sacudirse ni blandir su látigo. Subimos para abandonar esa escena. Subimos, porque ya no existe la línea recta ni la línea descendente. Para bien o para mal, subimos y decaemos subiendo. Las ciudades han quedado ya muy por debajo, llegó un momento en que desistimos de ir reconstruyendo unas encimas de otras. Delante mía una chica desaparece para así aparecer en otra escalera, y volverá a aparecer y volverá a desaparecer entre treinta escaleras distintas hasta que se aburra de veinticinco de ellas y vuelva a ésta con más frecuencia o no siga haciéndolo nunca, es difícil saberlo.

Quién no recuerda con nostalgia los primeros peldaños de cada escalera que decidió ascender a lo largo de su vida.