viernes, 21 de diciembre de 2007

La silla en la que me siento, a pesar de ser la más alejada, parece estar en el centro de un gran océano. Un océano que la somete a un fuerte vaivén, un oleaje de conversaciones que pasan por encima mía bajando por los límites de mi interés. Estoy fuera de todas esas cosas, y sin embargo nado muy dentro de ellas. Me levanto.

- Necesito tomar el fresco.
- Te acompaño -dice mi novia.

La atmósfera varía, el aire aquí es menos viciado. La silla ficticia en la que estoy ahora sentado reposa sus patas sobre mar en calma. A pesar de la doble puerta, todavía se escuchan los gritos y risas provenientes de dentro, eso es irremediable.

- ¿En qué piensas? -Pregunta.
- El frío aquí es húmedo, se abraza a mis huesos.
- Parece que seas nuevo en la ciudad.
- No te acostumbras nunca. Aquí sólo hay cosas buenas si las comparas con cosas más malas.
- ¿Me incluyes? -Dice lastimosamente
- Sólo si me dices que vives bien aquí -le digo sonriendo. No es típico en ella pensar que estoy metiéndola dentro de la bolsa de mierda que he ido acumulando a lo largo de mi vida.

Nos quedamos en silencio. Disfruto de la tranquilidad de estar quieto mentalmente. El ruido, si es lo suficientemente lejano como para no molestar, es capaz de producir un efecto relajante. Todo lo contrario de cuando estás inmerso en él. La compañía también es agradable, la mejor que puedo tener en cualquier sitio del mundo, un día debería confesárselo, pero debe ser algo más especial que esto. No va conmigo decir esas cosas, y menos tan a la ligera.

- Quiero que lo dejemos -dice. Veo su silueta mirándome desde la sombra de una ola gigante que se aproxima.


--------------


Debe ser realmente divertido ver la tierra desde muy arriba. Las calles parecen estar hechas con la intención de marearte, es una atracción de feria a la que te han obligado a subir. Estarse quieto sería lo ideal si no existiera la amenaza de lo aburrido.

El mundo parece estar lleno de gente que no se da cuenta de lo rara que es la vida. Viven como si vivir fuera lo más normal del mundo.

- ¿En qué piensas? -Me dice un amigo.
- ¿Si te lo digo tú también me dejarás? -Ríe, sabe porqué lo digo.- La gente vive como si hubieran vivido durante toda la vida.

La mueca de confusión de su cara me satisface. No hace preguntas, seguimos andando.

Voy observando todos los comportamientos que se cruzan por mi camino. Era más fácil soportar la carga sentado, me cansaba a tiempo de poder irme a dormir. El mar está ahora lleno de los trozos de mi silla ficticia y las estupideces me irritan facilmente.


--------------


Se me han agotado los temas de los que hablarme a mí mismo, todo parece hablado ya. Hay pensamientos que han pasado a formar parte de la lista de cosas que he acabado aprendiéndome de memoria, como decir "Jesús" después de escuchar un estornudo de alguien a quien conoces (si es un desconocido no hace falta)

El camino perdía interés por momentos, pensando en que ya había pensado en todas las cosas que se me ocurrían pensar. Entonces, alguien agarró por detrás mi hombro y me forzó a frenar.

- ¡Hola! ¿Qué tal? ¡Cuánto tiempo!
La gasolina de este hombre huele a felicidad. Saludar tan alegremente debe ser algún trastorno de alegría producido por demasiadas buenas experiencias. Ya no distingues entre las cosas alegres y las cosas normales. Lo digo, más que nada, porque no es normal saludar así a alguien que no conoces.
- Bien... ¿y tú? ¡Estás muy cambiado! -Interpreté adoptando su mismo rol.
Esto es una especie de cutre-experimento social que se me acaba de ocurrir. Todos cambiamos, o almenos todos sabemos que alguien que hace mucho que no nos ve puede notarnos distintos. Es una pregunta que no falla.
- ¿Sí, verdad? Estoy trabajando, ya sabes, he tenido que volverme formal... -contesta alegremente, soltando una risa falsa.
- Me alegra ver que estás tan bien, me contaron que pasaste por una racha malilla...
Predecibilidad humana, muéstrate ante mí. ¿No somos de base demasiado iguales?
- ¿Mala racha? Bueno... no sé si te refieres a lo que yo... pero sí. El tiempo lo arregla todo, ¿no? Y la verdad es que ahora estoy bastante bien.
Amén.
- Amén.
Tengo que arriesgar más, pienso en qué cosas típicas más puedo averiguar de este cualquiera. Esto sería una anécdota muy divertida de contar, de tener a alguien a quien contársela... soledad, este tipo tiene una personalidad que encaja con...
- ¿Cómo te va con tu novia? -Pregunto.
No me estalles ahora en la cara.
- Uff, ¡demasiado bien! -carcajea y carcajeo con él - ¿Y a ti con la tuya? El otro día la vi, iba con un chico...
Este desconocido acaba de despertar el descontrol emocional que llevo dentro. Este desconocido, por lo que se ve, no es tan desconocido como yo creía. En lugar de "la tuya", dijo el nombre prohibido, y por el tono con el que lo ha dicho, ella debía estar haciendo algo, con ese chico del que habla, muy impropio de estar enamorada de mí y de guardar la fidelidad.
- Sí -contesto con aire despreocupado-, desde que me dejó actúa como si yo no fuera su novio.

Este jodido desconocido ya me ha tocado las narices. Mi personalidad habitual se despide de él, creo que definitivamente. Dudo que se alegre otro día de volver a verme.

Esto me pasa por hablar con gente en lugar de dedicarme unicamente a mis pensamientos.


--------------


Cae a mi alrededor el aplastante peso de toda una existencia. Si me tumbo, la vida entera se tumba conmigo. Las cosas se despojan de sus sentidos originales y presumen de sus secretos.
- ¿Qué la han visto con un tío? -Dice un amigo desde su silla. Conmigo además en el sofá, hace que toda la habitación recuerde a la consulta de un psicólogo. La diferencia es que yo no necesito ser escuchado, necesito que alguien desatasque mis pensamientos, y devuelva a su flujo. Alguien que haga preguntas - ¿Quién te lo ha dicho?
- Uno a quien no conozco. Ella... ya es cosa del pasado.
- ¿No te importa ya?
En este instante siento que ambos personajes cumplimos perfectamente el papel. Somos un hormiguero puntualmente coordinado. No es sólo preguntar, sino acertar con la pregunta. Darle luz verde a pensamientos que sólo han visto luz roja hasta ahora.
- Las cosas que más me importan están en el pasado.
- ¿Qué piensas hacer?
- No sé, es demasiado tarde para suicidarse -digo con auténtico pesar-. Una burbuja es eterna si mueres en ella antes de que explote. Yo estoy fuera, ya sólo esta pesadez sería eterna.
Lo genial de este hombre es que no se alarma cuando hablas de lo bueno que sería dejar de respirar. Por todo lo que él me inspira, algo me dice que su vida está sujeta por hilos de cobardía.
- ¿Sí?
- No. Estoy de coña. Dentro de mí vive un romántico, pero demasiado oculto como para tener acceso a mis pensamientos sobre la muerte.
- No creo que deje de ser pasado nunca -me dice.
Otra cosa buena de él es que no intenta convencerte de lo que sabes que no es. No intenta pintarte la vida color de rosa si sabe que no la ves así. No te engaña. Trata con educación a la tristeza, y eso me gusta.
- Pues nada... ¡qué se le va a hacer!
Cierro los ojos, despejo mi cuerpo, sonrío con satisfacción. Los mineros empiezan a encontrar oro en mi cerebro, y el humo los arranca y los pasea por mi organismo, iluminando a los recuerdos más recónditos.

Siento que me abren la mano, y colocan algo en ella.
- Tengo algo para ti.
- ¿Qué es?
- Tómalo. Con esto puedes ver cualquier cosa.
- Ya veo cualquier cosa.
- Incluso lo que no hay.
- Como por ejemplo...
- ...tu pasado.
- ¿Esto conseguirá que mis recuerdos sucedan hoy? -Pregunto en tono de burla. La idea es tan seductora que quiero creer que es cierta, a pesar de lo surrealista que parece.
- Sí, aunque sólo lo verás tú.
Si es verdad, sobrepasa a mis espectativas.
- Suficiente.

Cuando me tumbo, el tiempo entero se tumba conmigo. La línea horizontal que le representa recorre todo mi cuerpo. El pasado perfila mis entrañas y dibuja todas sus siluetas, se autoproclama rey de mis pensamientos. Me acaricio a mí mismo, como si yo realmente fuera el tiempo. Me doy un homenaje, por la vida que ya he vivido.



--------------


He encontrado un hueco entre mis ruinas donde poder malvivir a placer. Alimentado de cualquier desabrido alimento, a fin únicamente de prolongar mi vida sin dar placer a mis sentidos, un festín de amargura acompañado de estupefacientes que alteran el paso del tiempo. Soy un drogadicto del pasado.

La comunicación hacia mí llega a través de luces rojas que no son respondidas. Empiezo a pensar que caminar no es como montar en bicicleta, puede olvidarse. Actúo a través de mi mente, la cual ha perdido la conciencia con la realidad, realidad que estoy describiendo. Las personas de nuestras fantasías nos leen la mente, hacen lo que nosotros queramos que hagan. Mi apoyo alucinógeno hace que éstas actúen además por voluntad propia, aunque siempre satisfaciéndome. Es lo genial de mi idílico mundo. Las miserias que soporto son el pago de seguir disfrutando de placeres para mí ya prohibidos, desafiando el curso natural de las cosas.

Todo mi cuerpo se encuentra ahora en éxtasis, creo que estoy perdiendo el control sobre mí. He estado a punto de caerme al suelo, mi cuerpo hace un puente que termina en la palma de la mano presionando el suelo. Aún me cuesta trabajo respirar, y en esa postura disfruto los últimos segundos de gozo.

Dos golpes interrumpen mi actividad, activando sobremanera mi sistema nervioso. Consecuencia sobretodo de la voz que se escucha tras ella invocándome, hace que mis anteriores acrobacias terminen con una caída al suelo. En mi situación, podría decir que es una voz que me llama desde ultratumba, o más bien, que habla a ultratumba. Parece tan lejano el nombre que pronuncia, el mío, hacía tiempo que no lo escuchaba. La verdad es que mi nombre ya no hace referencia a la persona que escribe. Ni suena, fuera de la anhelada boca que lo pronuncia, igual que como lo recordaba.

La persona de mis fantasías está esperando realmente tras la puerta de mi casa.

- ¡No puedo abrir! -Grito para que mi voz atraviese la puerta.
- ¿Por qué? -Pregunta desde fuera.

No hay pregunta más acertada que "por qué" a todo lo que está pasando por mi cabeza en estos momentos. Por qué vienes, por qué ahora, por qué a mí. Para mí particularmente ha pasado mucho tiempo, aunque para una mente sobria no hayan transcurrido más que un par de semanas. Me he deteriorado física y mentalmente porque no esperaba tener que responder más a su voz pronunciando mi nombre. De haber un contrato, esto no figuraba en él. He pagado puntualmente, he recompensado el hecho de seguir disfrutando ilícitamente del pasado.

Me arrastro hasta la puerta y pego mi mejilla a ésta mientras la yema de mis dedos la tocan, como intentando percibir la atmósfera que aguarda al otro lado.

- No quiero que me veas...
- Ábreme, por favor.

Miro a mi alrededor, mediante mis todavía alterados sentidos. Inevitablemente, todo lleva a pensar que estoy preso de la decadencia y no puedo permitir que haya testigos de ésta. Y menos un testigo tan importante. Por otro lado, también pienso que no quiero verla. He estado demasiado tiempo de mi concepción del tiempo queriéndola en mis fantasías, sería demasiado duro comprobar al verla que todavía la quiero en el mundo que no pertenece a mi mente. Podría volver a no conformarme. Podría la decadencia revelarme que el fondo en el que me encontraba era un engaño para que me confiase, y me arrojara de repente a otro todavía más profundo. No podía permitirlo. No podía abrir la puerta.

No podía abrir la puerta, pero lo hice.



--------------


La puerta se cierra tras ella, la que avanza con seguridad por mi terreno. En ese portazo he visto caer rotos los lazos que unen a mi hogar con la pelota que nos suministra vida, se ha desconectado hasta del baile al que nos tiene acostumbrados. Somos un punto fijo dentro del devenir del planeta. Cualquier inexplicable causa a mi desarrollado mareo me satisface más que la razón verdadera, que es su presencia.

Su caminar diligente y confiado, firme a pesar de todo; camina por el fango como si fuera por sobre una alfombra roja, dirigiéndose al altar de cualquier templo, o encaminándose a las grandes puertas que dan entrada a algún lujoso palacio. Ella está fabricada para cualquier terreno, anda por donde yo me arrastro. Si lloviera vergüenza, sin duda ésta atravesaría los muros del edificio por culpa mía, luego tendríamos que ver a la Tierra pidiendo cuentas de los bienes que nos ha dado sin el correspondiente lazo.

- Estás muy cambiado -opina, mientras retira ropa sucia del sofá para sentarse.
- ¿Sí? Sólo ha pasado un par de semanas -digo en un inapreciable tono de burla hacia mí mismo, incomprensible para cualquiera que no esté dentro de mis pensamientos-. Tú sigues igual.

Su aspecto sigue siendo fiel a mis fantasías. Las imagino saludándose a través de un cristal, sonriendo con gesto ingenuo y malvado al mismo tiempo, como si las dos tuvieran un motivo de dicha que ocultar a la otra.

- Envejezco más lentamente que tú, dame un par de semanas más -sonríe-.

Su sentido del humor me tranquiliza. Empiezo a fijarme en detalles como que el principal elemento de la casa que sus ojos examinan soy yo, parado de pie frente a ella, y que parece pasar por alto las evidencias de mi derrumbamiento vital, o mi constante estado alterado de conciencia. Esa ausencia de descubrimiento hace que pueda empezar a escalar por las arenas movedizas que me entierran, como si ese simple hecho hiciera desaparecer súbitamente todas las trabas de mi estado.

- ¿Qué te trae aquí? -Pregunto, impaciente por saber lo que me deparará su visita-, ¿has venido sólo para ver si he cambiado?
- ¡Sentía verdadera curiosidad por saber si ya eras un ancianito! -dice riéndose. Sus ojos no pierden detalle de mí, ha llegado el punto en el que tengo que concentrarme si no quiero ser yo el primero que retire la mirada (no sé cómo se traduciría eso, pero ya hay demasiadas cosas que traducir sobre mí aquí) - ¿Cómo han ido estas semanas?

Toda la fuerza de su mirada apunta a mí, no puedo dejar de obsesionarme con eso. Me intriga saber qué pensaría cualquier otra persona más cuerda que yo en esta situación, qué razón daría a tan prolongado examen. ¿Llegaría a la conclusión de que está alimentando, en la medida de lo que puede, a una posible atracción sobre mí simplemente con mirarme? ¿O quizá que está dándose cuenta de mi verdadero estado y busca pistas que apoyen su teoría?

- Bien -respondo con sorprendente naturalidad-. Mantengo la mente ocupada, eso lo hace más llevadero todo -dosis necesaria de verdad, para evadir a tan analíticos ojos. Lo que no he dicho, por razones obvias, es el modo de alejarme del tema importante.

Entorna sus ojos, como quien acerca la lupa a las letras que no alcanza a leer. Su interés por mí se incrementa notablemente, está recogiendo las migajas de pan que dejo caer por error en el camino y que la guían hacia la verdad. Debo estar fallando estrepitosamente, quizás mis expresiones son demasiado conocidas para ella, y no consiguen disimular mientras hablo. Descarto el hecho de estar removiéndole sentimientos distintos a la lástima, pero puedo ver los músculos de su cara tensándose en una casi invisible sonrisa angelical.

- Me alegro, de verdad. A mí me ha pasado algo parecido... hasta hoy. De repente no me creía que las cosas estuvieran como están.

No supe qué decir.
En este preciso instante, la única parte de mi cuerpo que parece dar señales de vida son los ojos, en su pertinaz intento de mantener conectadas nuestras miradas. Mis brazos cuelgan despreocupadamente de los hombros, y mis piernas a duras penas me sujetan en pie. Todo mi cuerpo está congelado, y se deja llevar sumiso por la gravedad, hasta la punta de mis dedos está dando facilidades a esta ley. Sin embargo, noto como una de ellas empieza a sentir el cálido tacto de una piel ajena y bien viva, surgiendo en varios contactos en distintos puntos, como tres yemas de los dedos recorriendo tres de los míos, siguiendo con lentitud una ruta ascendente y descendente mágica que los hace revivir.

Nuestros ojos ahora establecen un tipo de comunicación distinta a la anterior, dejan de intentar desentrañar un misterio, y disfrutan espectantes del placer de éste. Se pone en pie, premeditadamente muy cerca de mí, y me mira por fin como si la lupa que ha estado sujetando le hubiera revelado las palabras que deseaba conocer. Nuestros dedos se entrelazan, en ambas manos, comenzando un puzle con nuestros cuerpos que se prolongará hasta estar completo.

La casa retoma el movimiento de rotación y traslación, distinto e independiente del de la Tierra.

lunes, 17 de diciembre de 2007

Mantiene la vista clavada a los pies de la torre. Señala a través de una flecha todo aquello que mira, y está preparado para extender su dedo índice hacia todo el que pretenda invadirla. Ha sido educado para sobrevivir dignamente en el mundo en el que vive.

Su voz se emite por correspondencia, a través de los peligrosos parajes que le han sido descritos, demasiado allá. Sobre él, las nubes le tienen como centro de un perfecto círculo. Cubren levemente las estrellas que no se puede permitir admirar, pero agradece que iluminen el camino que ha de seguir manteniendo intransitable. Sonríe para sí, se siente útil.

"Últimas noticias desde la torre: Sin novedades"

Los árboles crecen frente a sus ojos, el paisaje envejece. A veces piensa que la torre está cada vez más inclinada hacia el suelo. Se preocupa, rato después decide enviar una carta informando del deplorable estado en el que los años la han dejado. No obtiene respuesta a ésta.

Sus pensamientos empiezan a alejarse eventualmente de su misión. Es una parte más del cuadro del paisaje al que pertenece. Tiemblan las manos que sostienen el arco. Su esfuerzo da paso a una temida depresión, maldice el llanto que no le permitirá ver con eficacia la posible presencia de algún enemigo. Su corazón late demasiado fuerte como para sujetar con frialdad el arco y obtener de él toda la precisión posible.

"...Sin novedades"

El aire se lleva las únicas palabras que han salido de él en meses, vuelan hasta perderse de vista y luego van a caer en cualquier sitio, rodeada de otras tantas más iguales. En su interior, el mensaje se repite. Consuela su depresión, se siente útil: "Ya ha sido enviada", piensa.

La tierra duerme en el silencio que los hombres le han otorgado, unas vacaciones de vida. Nadie ha pisado en años esas tierras, ni tampoco nadie piensa pisarlas nunca. El paisaje es bello así.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Las palabras del libro se sucedían tan sinsentido como los días que pasaba leyéndolo. La verdad es que todo lo triste parece poder compararse con el transcurso del tiempo. Y viajando en ese pesar llegó el sonido del vidrio, en débiles golpes un cuerpo sin vida llama a otro. Me arrastré en pos de la llamada, sosteniendo a dos manos lo que debía ser mi seguro de futuro.

Descorrí todo lo que hay que descorrer para terminar abriendo, al fondo de todo, una ventana. Y ahí, en el infierno que hay bajo mi infierno, estabas tú, tan campante. Como si la lluvia que te mojara fuera la última muestra de una receta ya extinta del mejor de los elixires. Como si las horas en las que no se duerme no te pesaran. Como diciéndome "mira qué fácil es sobrevivir feliz". Entre dos brazos extendidos llamas en silencio la vida que ya no habita en mí.

- ¿Escuchas todo este silencio que te rodea? -Grita desde la calle.
- Sí, lo escucho. O bueno, no. -Respondí en mi habitual pasividad.
- Lo he creado yo, para ti. Para que te sea más fácil leer.

Y después de eso, se fue.

Es una pena, se le olvidó silenciarme también el pensamiento, pues después de eso no pude escuchar más lo que leía.

martes, 4 de septiembre de 2007

Pasear por el colegio a media noche difiere mucho de hacerlo a medio día, y a la gente le asalta una especie de sensación terrorífica que nunca antes habían notado. Los susurros se escuchan, cada sílaba tiene su propia entonación en el conjunto palabra. Las cosas importantes tardan más en morir si emergen en silencio, cuando el eco da a basto. Todo está tal y como hace un poderoso momento... la soledad no es exactamente como la define el diccionario. Podría decir que es algo así como cuando sientes la extraña necesidad de escuchar el viento soplando tras las ventanas de tu habitación, mientras todas las otras vanales sensaciones se desvanecen timidamente.

Unas ventanas chirrían, otras aguantan el golpeo del viento. Incluso eso forma parte de tu silencio. Tienes el presentimiento de que cuando mueras escucharás ese mismo sonido, y eso no te desagrada del todo. Retrasas la hora del reloj tantas veces como sea necesario, hasta que al final acaba amaneciendo a las tres de la madrugada, a las tres de la madrugada nunca te entra sueño. Dormir es el único modo de salir de esta burbuja interdimensional tan irreal que se ha creado entre los dos emisferios ayer/hoy. Si despertases serías otra persona distinta, pero no tienes claro qué es lo que prefieres. Tus ventajas son algo extrañas de medir. Pero... está bien vivir a tu modo, tus preocupaciones son del pasado, ya no tienes que luchar por tus sueños y tu personalidad es la que ves. Evidentemente, un corazón escayolado no puede latir.

viernes, 24 de agosto de 2007

buuuufff

Día y noche, mañana y tarde; lo entretenido de todo eso era el cambio. La vida es un juego en tres dificultades, con varios subniveles entre cada uno; juegan entre sí a ver quién es el que pasa el turno más rápido porque lo entretenido de todo esto es el cambio, estancarse mucho tiempo en el mismo nivel iba dando paso minuto a minuto al aburrimiento.

Hacía un puzle en el suelo del trastero. 1000 piezas, ni muchas ni pocas. Ni 100 ni 5000, un nivel medio en un 50 de subnivel. No es gran cosa, pero la foto que buscaba era siempre la misma, acabé aburriéndome. La gente que completa los puzles se burla de las que no son capaces de hacerlo, sin embargo, cuando me siento frente a la sopa de piezas que tengo en el suelo, veo que no tiene motivo de orgullo. Te rompes la espalda de estar sentado en el suelo para coger una pieza tras otra, si todavía no has llegado al cielo, no coges las azules; si quieres terminar la catedral, buscas las marrones. Si hay trescientas marrones, trescientas que coges y pruebas. Una tras otra, no tiene que ser la primera, ahí moría el mérito. Evidentemente, abandoné el proyecto. Ese tipo de puzles no llamaba mi atención

Conforme avanzaba mi vida, me iba dando cuenta de que mientras más me divertía, más me costaba volver a divertirme. Apilamos las experiencias a modo de escalera, para visualizar el gráfico de nuestro progreso. Lo cierto es que toda la vida está puesta a modo de escalera, de cientos de ellas. Cada absurda idiotez que conlleva estar vivo forma una escalera en único sentido ascendente. Divertirse era una de estas absurdeces. Cada momento divertido es un peldaño que se queda atrás. Lo que me hacía tremendamente infeliz era atar un nivel de dificultad progresivo a cada peldaño de la escalera. El primer peldaño, por lo tanto, era el subnivel 1 del modo fácil. Lo que se traduce en... reírse viendo a otro estornudar, por ejemplo.

El paisaje es precioso, pero los he visto más preciosos aún; la comida es deliciosa, pero las he comido mejores; la inspiración está en positivo, pero he tenido éxtasis más poderosos. Nada llega a ser perfecto y todo se vuelve cada vez más imperfecto. La exigencia es el precio que pagamos para poder ser personas experimentadas, tiene sus pros y sus contras, como todo. Yo estoy obsesionado con los contras, y los pros no me atañen. Me asomo a la ventana, y lo divertido de ver un trapecio entre nube y nube es presenciar el momento de la caída. Salgo de casa para alimentarme de todas esas caídas, esa escalera todavía me permite divertirme con las pequeñas cosas.

Las parejas que andan por la calle agarradas de la mano, para mi están esclavizadas por la mano ajena. Les pinto esposas, y determino quién es el sádico. La gente muere a mi alrededor, alrededor de ellos se marchitan las flores, y alrededor de esas flores los diminutos insectos que se alimentaban de ellas caen al suelo presas de la inanición. Alguien ya no tiene que sacudirse ni blandir su látigo. Subimos para abandonar esa escena. Subimos, porque ya no existe la línea recta ni la línea descendente. Para bien o para mal, subimos y decaemos subiendo. Las ciudades han quedado ya muy por debajo, llegó un momento en que desistimos de ir reconstruyendo unas encimas de otras. Delante mía una chica desaparece para así aparecer en otra escalera, y volverá a aparecer y volverá a desaparecer entre treinta escaleras distintas hasta que se aburra de veinticinco de ellas y vuelva a ésta con más frecuencia o no siga haciéndolo nunca, es difícil saberlo.

Quién no recuerda con nostalgia los primeros peldaños de cada escalera que decidió ascender a lo largo de su vida.

sábado, 21 de julio de 2007

A pesar de que no había ninguna línea que recorriese su cabeza de arriba abajo y desde atrás hasta delante ni que uno de los lados se hubiese separado preocupantemente del otro (imagen asquerosa incluso en un lugar como este), su cara marcaba dos claros mensajes. Uno era el de "siéntate aquí, digamos nuestros nombres y después que estamos encantados" y otro "la espada imaginaria que sale de mi mirada está a dos centimetros de tu ceño". A pesar de eso, yo estaba bien tranquilo. Mi experiencia con espadas imaginarias siempre han acabado sin ningún herido.

- Tenemos que hablar -fue su primera frase, parecía obvio por lo tanto que no iba a ser una conversación modo A.
- Eso ya lo sé, para eso he venido.

Su mirada agarraba con ambos ojos el mango de la espada conteniendo las ganas de usarla. Sabiendo que es imaginaria, no me hubiera importado darle permiso para que hiciera con ella lo que quisiera. Rebuscó a una mano en su bolso pero sin apartar la mirada de mi persona, como si pensara que yo iba a aprovechar la distracción para salir corriendo o robarle el bolso. Creo que aunque no mires al frente, notas cuando alguien echa a correr justo delante tuya y que además te intenta quitar la cosa en la que tienes metida la mano. Sacó un sobre amarillo sucio (hasta con colores como esos habrá alguien que al escucharlo diga "¡mi favorito!") y lo puso sobre la mesa. Cerró el bolso cuando atinó a la cremallera y lo puso a salvo de gente como yo.

- Lee lo que contiene -me ordenó.

No tenía nada mejor que hacer en ese momento y en ese lugar, por lo que obedecí. Estaba impaciente, así que abrí el sobre como quien abre una bolsa de patatas. Había unos cuantos folios dentro y antes de que me diese tiempo a examinarlos me avisó de que sólo me interesarían los dos primeros. Leí la hoja número uno y me quedé bastante igual que antes, aunque creo que la reacción natural hubiera sido la de sorpresa, puesto que lo que tenía en mis manos era un acta de defunción. Aunque la cosa cambia cuando el acta de defunción que lees es el de una persona que no conoces.

- No sé quién es esta persona.
- Quién era -me corrigió.
- Bueno sí, comprende que todavía no haya asimilado que esté muerta una persona a la que no conocí viva.
- Ella sí te conoció.
- Ah, ¿sí? ¿Y cómo lo hizo sin que yo me enterase? No soy la típica persona cuya cara aparece en revistas o posters.
- La siguiente hoja te diré yo lo que pone -la cogió y le echó un vistazo-. Es la herencia.

Es inevitable que al escuchar la palabra herencia se te venga a la mente que es dinero o algo que como mínimo puedes vender. No conocí a la difunta, pero si me había dejado en herencia desde luego que la recordaré para siempre a partir de ahora, aunque la única imagen que tuviese a mano dentro de mi cerebro para recordarla fuera la de su accidente de tráfico. El choque debió ser frontal, no vi escrito por ningún lado la razón de la muerte, pero a juzgar por la foto de la escena o fue eso o estornudó demasiado violentamente.

Fue justo en el preciso instante en el que empecé a pensar que había regalos cayendo del cielo para mí, cuando vi el cañón de una pistola apuntando en mi dirección. Esa chica no poseía sólo una espada imaginaria, sino una pistola bastante real. Está claro qué fue lo primero que pensé. Hasta que no dejé de insultarla mentalmente no pasé al segundo pensamiento:

- ¿Quieres mi herencia? -Pregunté, dispuesto a renunciar a ella.

Llegados a este punto me daba igual perder la herencia. Total, había vivido toda mi vida sin saber nada de ésta y sin embargo mi vida llevaba toda la vida viviéndola. Además, procedía de una persona que no conocía, por lo que no había sentimentalismos de por medio. Interés puro y duro.

Se empezó a reír. No era la reacción que yo esperaba, pero no está mal hacer reír a quien te apunta con una pistola.

- Esa herencia no es para nada transferible. Su legado en este mundo, lo que ha querido dejar vivo a pesar de su muerte, es la venganza. Lo que te ha dejado en herencia es tu muerte y yo vengo a entregártela.

En realidad, no había regalos cayendo del cielo. Pero sí que los había en el mismo mundo fantasioso de la espada, e iban cayendo con bombas dentro. Entonces hice lo que tenía que hacer: Robarle el bolso y salir corriendo.

sábado, 30 de junio de 2007

El camino se volvió insportable a partir de los 20 minutos andando. "No está lejos", me dijeron. Cuando llegué calculé que hacia mitad del camino ya había agotado todo el repertorio de canciones del mp3, que no es poco. Había tenido que bajar el resto del camino escuchando fragmentos de las insulsas conversaciones de los transeuntes.


Comprobé que el bar junto al que pasaba se llamaba igual que el bar al que me habían dicho que fuera, eso significaba que había llegado al sitio indicado. O eso o que hay dos bares llamados igual por la misma zona. El cartel en el que estaba tallado de mala manera el nombre se sujetaba a duras penas y temblaba por el viento de modo muy sospechoso. Me acerqué disponiéndome a entrar, y un señor calvo se cruzó a propósito en mi camino e inclinó su cabeza a varias docenas de centímetros de la mía. Tiene además varias docenas más de músculos que yo. Este hombre debería ser catalogado como antianatómico.

- Hola -le saludo, en el más cortés de los tonos que se pueden usar para dirigirte a alguien que corta el paso sin motivo, por muy músculoso que sea.
- Hola -me responde y se queda mirándome con cara de asco a pesar de que me duché antes de salir, no debe gustarle mi pelo alborotado o mi endeble cuerpo.

Llegados a ese punto lo normal es esperar que te den una explicación de por qué han decidido hacerte compañía desde tan cerca y justo en frente de la puerta en la que te disponías a entrar, pero este giganton agotó sus horas de estudio en levantar pesas que acabarían cayendo seguramente encima de su cráneo y no daba para recordar las normas de conducta social tan repugnantes y tan necesarias a veces.

Me enciendo un cigarro sin eliminar la cercanía entre su pectoral y mi cabeza. No sé quién de los dos tendrá más aguante en una situación tan ridícula como esta, pero sí sé con certeza que el humo de un cigarro, para los que no fuman, es como un gas fecal pululando en el ambiente. Y dudo mucho que alguien que da a luz a tantos músculos consuma drogas de este tipo.

De este tipo.

- ¿Qué tal la vida? -Pregunto, mientra expulso el humo. Acaba rebotando en mi cara-. A mí bien, recuerdo un día cuando era pequeño que...
- No pueden entrar menores de 18 años -me dice, interrumpiendo la interesante historia que me disponía a contarle y rompiendo el encanto de la escena absurda.

Todo este numerito se podría haber visto reducido a dos segundos, que es lo que se tarda en pronunciar la mágica frase de "menores no".

- Bueno, el del estanco dio por hecho mi mayoría de edad así que...
- D.N.I. -Interrumpe de nuevo. Creo que la palabra clave para que me interrumpa y no me deje seguir diciendo estupideces es el "que".
- No te lo vayas a quedar, que es mío -se lo entrego.

Hace un rápido cálculo mental para obtener mi edad a través de mi año de nacimiento y me deja paso. Antes de eso me devuelve el D.N.I., por supuesto. Eso sí que es profesionalidad, detenerse ante el impulso de robar un suculento D.N.I.

Entro y en un par de cambios de posición de pupila ya lo tengo todo rematadamente visto. Es un tuburio de lo más común, con su barra, sus botellas raras que nadie conoce al fondo, sus sillas, sus borrachos y poco más. Como tantos otros bares que hay a pocos minutos de mi casa. La camarera sin embargo sí es de las que hay que andar kilómetros para verla en persona, porque mujeres como esa sólo nacen a kilómetros de todo el mundo, abandonada en algún campo de trigo.

Me siento en una de las sillas junto a la barra y adopto la postura típica de 'tío sentado en la barra'. No me gusta sentarme en una mesa cuando estoy solo, queda raro, además no sabría darle conversación a la mesa. La camarera me mira y se acerca a mí y entonces se produce una mítica situación incómoda, que para aclararla diré que las dos siguientes frases son pronunciadas casi simultáneamente:
- Una cerveza -digo yo.
- Hola -dice ella.

Todo lo demás sucede con normalidad. Ella me la trae, yo se la pago y yo me la bebo; sin más incomodidades innecesarias.

- ¿Has visto las pintadas que hay en la pared aquella? -Me pregunta al rato de verme tranquilo sin soportar a nadie. Está aburrida y quiere entretenerse conmigo, ya que por ahora soy el único que no está borracho. Lo que no sabe es que en cuanto llegue quien estoy esperando la voy a dejar otra vez más sola que la una sin compasión alguna.
- No, no me he fijado -miento. Claro que me he fijado, lo hice en el segundo cambio de posición de pupila. Pero haber dicho que sí hubiera sido más aburrido, además ella esperaba mi sorpresa. Si le digo que ya me he fijado y he seguido como si nada seguramente la hubiera decepcionado y ya fue suficiente con el no hola de antes.
- Todo el que viene por aquí deja una firma o escribe alguna frase donde encuentra hueco, ¿te apetece? -Sonríe. Nadie puede resistirse a esa sonrisa. Aunque claro, si yo tuviera esa sonrisa madre del "sí", desde luego no sería camarero.
- Venga, vale -dije después de mirar con tristeza a la cerveza, que me esperaba impaciente en la barra.

Me ofreció un rotulador y me arrodillé frente a la pared. Yo estaba en contra de pintar cosas en las paredes, para algo estaban las hojas de papel, para algo nos comemos los bosques a diario. Las paredes, sin embargo, no tienen ese aliciente de destrucción. Escribí "la camarera está buena y desesperada". Espero no volver nunca por este bar, aunque con la de gilipolleces que hay escritas cómo diablos iba a adivinar cuál era la mía. Leí alguna de ellas, y ninguna merecía el aprobado, así que paso de recordarlas.

Volví a mi asiento en la barra y besé de nuevo aquella grata botella de cerveza. La camarera no tardó en venir a mí a preguntarme, con su sonrisa de dámelotodo, que qué había escrito, que sentía curiosidad. Ya sabía yo que esa sonrisa me traería problemas. En ese momento la puerta se abrió, y una mujer me buscó con la mirada. Cuando me encontró, me hizo un gesto de "siéntate en la mesa a la que yo me dirijo". Fue ella la que me salvó del mal trago, aunque no es nada comparado con la noticia que viene a traerme.

domingo, 24 de junio de 2007

Tan quieto y tan común me aburre, ahora necesito un paisaje extraño y agitado al que yo diga por dónde tiene que explotar cada una de sus sacudidas. Me gustaría tener poder para ordenar cómo tienen que ser los parámetros de belleza del planeta, ser su estilista y adornarlo a mi placer. Desde las alturas coger un pincel y empezar a blandirlo con un ojo cerrado y como si un guerrero espadachín me bloquease los movimientos impidiendo que le rebanase la cabeza. La victoria no debe ser aleatoria.

He subido al sitio más alto que he encontrado de esta especie de fortaleza derruida, monumento a las épocas bélicas del pasado, y me he sentado en uno de sus muros a escribir. Las piernas cuelgan de mi cuerpo y el vacío las tensa, bajo mis pies está todo lo que quiero ser capaz de modificar aunque por fuera me tenga que conformar con pensar y escribir. Mi escalada es mínima en comparación con la ventaja que la luna nos lleva, sin embargo parece mas inmensa. Supongo que la atípica altura me engaña los sentidos, satisfaciéndome en la medida de lo que pueden.

Por fin empiezan a escucharse las explosiones en el cielo. En soledad todo se ve de manera muy distinta, porque nunca antes se me habría ocurrido comparar los fuegos artificiales con pompas de jabón muriendo en el cielo. Cada uno de esos cohetes hacen el esfuerzo de silenciar los pasos que, por detrás, se acercan a mí. No es suficiente, quizás sí silenciando otros pasos, pero no con estos. Porque cada paso es un pie desnudo que se clava en la fría piedra, como versos tallados en roca. Hermosa crueldad.

- ¿No sería precioso contemplar este momento con alguien que te sea especial? -Pregunta, sentándose a mi lado.
- ¿Lo dices por ti o por mí?
- Por ambos.
- Me da igual.

No apartamos la mirada del cielo, del mismo punto que ahora tienen fijado cientos de ojos. Cuento los estallidos que se producen entre nuestras simultáneas respiraciones.

- Yo me soy especial -le recrimino al rato, como todavía fastidiado por el anterior comentario.
- ¿No echas de menos nada?
- Sí, la soledad, pero es un problema demasiado reciente como para que me torture. Tan reciente como de hace diez minutos.
- Hablo en serio.

Su rostro está inmutable, sin sentimiento. Tanto dramatismo no sé a qué me recuerda, pero aunque no acompañe a la situación, tengo que esforzar que no se me escape una risa de incomodidad. De todos modos, es normal que sea esa la expresión que observe, es la que he estado pintando en todos mis cuadros.

- Sí, algunas cosas.
- ¿Como qué?
- La sensación que se crea al estar a mínimos esfuerzos de cruzar una meta, después de su correspondiente sufrida carrera.
- ¿Y qué sobre la sensación de cruzarla?
- No echo de menos la decepción.

Completa mis frases con sus preguntas, porque son las preguntas que me haría a mí mismo para completar mi propia información transmitida incompleta.

- ¿A qué vienes aquí? Sabes que tengo planeado matarte, ¿verdad? -Le pregunto, mirando siempre fijamente las explosiones, aunque ignorando sus ya molestos estallidos, cada vez más fuertes y seguidos.
- Sí, lo sé.
- Y a pesar de eso me persigues, recreando mis huellas en cada instante de pasajera paz. ¿No tienes miedo? De que... te empuje y caígas al vacío, de que nos abracemos en pelea rodando por el suelo y golpee cada parte de tu cuerpo mientras te defiendes a kilómetros de aquí. ¿No lo tienes?
- Mi muerte para ti es importante, no me matarías de manera tan insignificante.
- Te mataré como yo quiera -le respondo mosqueado, molesto por su presunción.

La línea mágica de uno de los cohetes dibuja una parábola en el cielo, atraviesa las brevemente iluminadas nubes de humo que flotaban sobre el lugar, y se expande seguido por el impulso del viento que ha creado su paso. Las estrellas brillan construyendo simbólicamente su camino, y van a su tonalidad normal cuando se aleja, como si de una ola humana se tratase. Nuestros rostros se iluminan, y la muralla parece empujada por un enorme foco de cegadora luz. Las voces de todos esos cientos de ojos inferiores aplauden y gritan emocionados hacia el imprevisto destino y todo el cielo está siendo arrollado a su paso. La voz del cohete es el silbido de dolor del viento, y ésta es cada vez más pronunciada, hasta que durante una porción de segundo me acaricia la oreja cayendo empicado hacia el estómago de mi acompañante. El suelo tiembla, toda la atmósfera vibra. La moribunda burbuja de colores crece junto a mí, y bajo el baño de colores observo con placer los trozos humanos que hay repartidos por el suelo detrás mía sobre un mosaico de sangre.

- ¿Lo ves? ¡Te mataré como yo quiera! -Grito a los restos.

Escribo el punto y final, cierro el cuaderno y sigo contemplando el espectáculo. Me queda el consuelo de que todavía me reservo un poder bajo la manga.

viernes, 15 de junio de 2007

El paseo no se hace tan ameno por este lugar cuando está tan rodeado de gente y de sus estúpidas costumbres. Por la claridad de la tarde deduzco que son las ocho. Recuerdo con melancolía el invierno, ahora todos estarían en sus casas y yo podría estar completamente solo, sin molestias. Los botes de un balón me acompañan desde hace unos segundos.

Me detengo al escuchar gritos infantiles que supongo que me llaman. Un niño se acerca a mí, pidiéndome que le pase su pelota. Un ejército de niños detrás de él me esperan con descarada impaciencia. Sigo mi camino y mis pensamientos silencian las protestas. Recógelo tú.

En momentos como este me gustaría ser el León Graógraman, con su muerte multicolor rodeándome por todas partes, aunque no soy todo lo fiel que me gustaría ser a este deseo. Cierro los ojos y escucho más allá. Hay risas en las conversaciones de los jóvenes y alegría en las carreras de los niños.

- Vuestra felicidad me entristece... -susurro.

Porque cada segundo aquí acompañado de vosotros es estar respirando el veneno que desprendéis en cada segundo feliz que vivís. Quiero irme, pero más quiero que os vayáis vosotros. Es lo justo.

Una voz que canta me interrumpe, pero esta vez para bien, a pesar de ser voz infantil. Es tan suave, tan melodiosa. Me gusta la lentitud con la que avanza su frase, su cuidada pronunciación, como si quisiera acariciar a cada una de las letras que salen de su boca. Voz de cuna... pero resulta a la vez tan siniestro.

-Ten cuidado, Dios te observa... no te ahogues en un oscuro callejón.

La miro sorprendido. Sentada en un banco, de piernas cruzadas, canta melancólicamente una niña alejada de todos los demás, de los de su edad y de su simplicidad.

- ¿Nos está mirando, verdad? -Escucho que pregunta, mirando hacia su lado. -Sí, ha escuchado como canto y le ha gustado.

Está hablando sola.

- Y ahora desea acercarse, ¿tú qué crees? -Vuelve a mirar hacia el lado-. Yo también quiero que se acerque.

En ese momento me mira directamente. Agacha la cabeza, sonríe, empequeñece sus ojos. Reconozco esa sonrisa, hay un mundo entero intentando escapar por la sonrisa de esa cría. No tendrá más de diez años y ya ha sido capaz de sentirse grande en comparación con el mundo. Latimos igual, la gente así nos reconocemos y nos apreciamos. Me acerco a ella.

- ¿Con quién hablabas? -Le pregunto, mientras me siento a su lado.
- Con mi amigo -me señala al vacío.

La definición de amigo invisible es bien lógica. La mejor raza de amigos inventada.

- Yo también vengo acompañado -le digo.
Se queda confusa.
- ¿Sabes? Me mosquea mucho cuando la gente no reconoce a mi amigo, sin embargo ahora soy yo la que no reconoce al tuyo.
Siento que está enfadada consigo misma.
- Eso es porque no te he dicho cómo es mi amiga -le explico.

Me acerco a su oído y empiezo a describirle con escrupulosa exactitud cada detalle de su pelo, de su cara, de su expresión, de su voz, de su cuerpo, de su ropa, de sus movimientos... por irrisorio que algunos de ellos parezcan, le hago ver que cada cosa tiene su propia importancia.

Los ojos de ella brillan mirando hacia el punto en el que le he indicado que está. Puedo leer el asombro en su mirada.

- ¡La veo! -Me chilla entusiasmada.

Miro al punto donde le he dicho que está, imaginándola yo también, con expresión nostálgica.

- ¡Es muy guapa! -Sigue diciéndome, en el mismo nivel de entusiasmo.
- Sí, lo es.
- ¡Tengo que hablar contigo! ¡En privado! -Advierte, mirando de reojo a donde no hay nadie.

Me coge del brazo y me levanta, arrastrándome a unos metros del banco. No entiendo nada, pero bueno, me dejo.

- ¡No nos sigáis! -Regaña a los invisibles.

Por fin se detiene, me agarra de las manos, muy fuerte, y me mira fijamente a los ojos. Me acabo de dar cuenta de que el cielo ya está anaranjado, y que la mitad de los ruidos que antes hacían la estancia insoportable han desaparecido. Ya queda menos escoria rondando por aquí, pienso con alivio. Nos sopla el viento frío que anuncia que la noche está próxima. Es de mi agrado esta escena.

- ¿Te gusta? -Me pregunta.
- ¿El qué?
- ¡ELLA! -Grita, fruto de su impaciencia. Cuando se da cuenta de que en el banco pueden haberla escuchado nuestros amigos invisibles se echa a sí misma una reprimenda silenciosa en la que sólo se puede observar una mueca de dolor fugaz.

Esto es extraño. Pienso durante unos segundos la respuesta.

- Sí, puede ser.
- ¡Lo sabía! ¿Y a ella le gustas tú?
- No.
- ¡¿Seguro?!
- No cabe duda. No pertenece a mi desierto.
- ¡Eso no me lo creo! Te sigue a todas partes.

Me molesta.

- Y a ti tu amigo también. Oye, yo no sé que rollo lleváis vosotros, pero sé bien cuál hay en el nuestro -le protesto.
- ¡Es distinto! -Me grita frustrada-, no lo comprendes porque no lo has visto a él...

Me lo empieza a describir, con la misma exactitud que yo antes utilizase para describirle a mi amiga invisible.

- Púas negras nacen de su cráneo, formando una larga y peligrosa melena que le ha dejado sin ojos y le mantiene siempre la cara sangrando. Bajo los incontables arañazos y cicatrices, duerme una boca deforme por los sobresalientes dientes, algunos daleados, otros podridos, otros tan afilados, largos y pulidos que dan susto. La ropa vieja y raída. Su extraño cuerpo sentado a dos pies en el banco, totalmente quieto.

Daba miedo imaginarlo.

- ¿Entiendes ahora? Él no es de este mundo. Él me sigue porque soy su yo en este mundo. Sin embargo, vosotros dos sois distintos, los dos pertenecéis al mismo.

Esta cría me está empezando a agobiar. Le aparto la mirada y la pierdo en el paisaje.

- Sigue jugando tú sola, me voy -le digo, ausente. Me alejo.

Mientras camino, analizo lo que ha pasado. Me gustaba la forma de comportarse de aquella niña, su impresionante mundo. Es una pena que empezara a hacerme todas esas odiosas preguntas.
Ahora sí que deseo con fuerzas ser Graógraman, expandir hacia todos lados el desierto que llevo a cuestas.

Algo va mal, automáticamente mi cabeza gira, pero los reflejos me han avisado tarde. Un balón va a estrellarse contra mi cara, no da tiempo a reaccionar. Los niños hijos de puta de antes. Cierro los ojos, hago los únicos movimientos inútiles que me da tiempo a hacer.

Escucho el impacto, pero no he sentido el golpe. Abro los ojos y observo cómo bota el balón junto a mí, y cómo se aleja poco a poco mientras los niños corren hacia mí, disculpándose a voces, creen haberme dado, aunque yo sé que no ha sido así. Me doy la vuelta, sin salir de mi asombro, la niña sigue justo en el sitio en el que la dejé. Sonríe con la misma sonrisa que me atrajo al principio. Mueve los labios, dice algo aunque desde aquí no pueda oírla. De todos modos, adivino qué es lo que dice:

- Ella te protege, está dentro de tu desierto.

lunes, 11 de junio de 2007

Una mañana perdida en la Oficina de Correos

- Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle? -Dice sonriente tras el mostrador.

La chica va vestida entera de azul y con gorrita, pero no es que tenga un gusto pésimo a la hora de elegir su vestuario sino que todos los empleados de la oficina de correos van así. Es bastante ridículo, como si quisieran compensarnos su segura incompetencia haciéndonos reír a costa de sus trabajadores. "Tomad, disfrutad de ellos". A pesar de eso hay una guapa mujer bajo el disfraz. Al igual que yo, su jefe también habrá visto el doble aliciente.

- Vengo buscando un paquete -explico, mientras me apoyo de brazos cruzados en el mostrador. Estoy cansado, y la persona encargada de elegir los sitios en donde colocar las sillas no hizo muy bien su trabajo.

Todo esto es porque una amiga de otra ciudad ha tenido el detalle de hacerme un regalo. El inconveniente es que me he visto obligado a tener que venir a recogerlo. Tarde o temprano hubiera tenido que responderle algo, aunque sólo por este esfuerzo ya seguro que no merece la pena. Por cierto, gracias por el regalo, si me estás leyendo.

- ¿Cuál es su nombre? -pregunta, sin detener esa estúpida sonrisa de amabilidad.

Se lo digo mientras le enseño mi dni. Por si no me cree. Mira brevemente la foto y se conforma.

Teclea algo en el ordenador, aunque no puedo ver el qué. Han colocado el monitor de espaldas al público.
Supongo que para que no descubramos que tienen el Messenger abierto y repleto de conversaciones, pienso mientras miro hacia otro lado... para que no crea que tengo interés en lo que pueda haber en la pantalla.

- No encuentro su nombre, señor. Va a tener que registrarse.
- ¿Registrarme?
- Sí, no encuentro su nombre -me repite.
- ¿No puede ser que te hayas equivocado y sí esté?
- No, no está -sigue sonriendo, aunque algo más nerviosa.

Me entrega un folio y un bolígrafo con el que escribir mis datos. Me resigno y colaboro.

- Después de esto me entregarán el paquete, ¿no?
- Sí, señor.

Lo relleno, mientras hago hueco a un par de personas que estaban esperando. A ellos les atienden rápidamente.

Le entrego el papel al completarlo y vuelvo a acomodarme sobre el mostrador en la postura más descansada posible.

- Espero que ahora no empiece a llegarme spam.
- No, señor. -Responde muy convencida, me pregunto si sabrá lo que es el spam-. Ahora le traígo su correo -dice después de comprobar que todo lo que he escrito está correcto.
- A ver si es verdad.

Se mete en la habitación acristalada que hay tras ella. Los cristales son gruesos, y a través de ellos se ve todo como cuando te tapan los puntos claves del cuerpo desnudo de alguien en la televisión en horario protegido.

Al rato viene cargando con un paquete. Mi paquete, supongo. Es grande, y por su cara deduzco que también bastante pesado. ¿Cómo cojones voy a llevar yo ahora eso a mi casa? Empiezo a odiar los regalos. Tengo planeado acabar odiándolo todo. Por cierto, gracias de nuevo por el regalo.

- A ver si ahora se te cae -le digo mientras tanto, para animarla.
- ¡Buff! ¡Pesa mucho! -Dice, soltándolo sobre el mostrador, exhausta.
- Sí, es que trae mellizos.
- ¿Qué?
- Los del departamento de adopción, que cada vez se toman menos en serio su trabajo -le digo, mientras adopto aire de formalidad, haciendo señales con la mano de que no se preocupe.

La confusión ha borrado por un momento la sonrisa de su cara, pero cuando reacciona y ve que le estoy gastando una broma empieza a reírse. Seguro que me odia, detrás de un mostrador todo es hipocresía, podría saltarlo y empezar a violarla contra éste que tendría que seguir manteniendo las formas para que su jefe no la despida.

- Por cierto, había esto también para usted -me entrega un sobre en mano-, lleva aquí bastante tiempo.
- ¡Qué raro que no me haya llegado!

Percibe el aire de sarcasmo y se excusa.
- La única referencia que había era el nombre de usted, no ponía dirección ninguna. Y como no estaba usted registrado...

Va a ser verdad que no lo estaba, después de todo.

Guardo la carta en el bolsillo y cargo con el paquete. Me despido de ella en el típico gesto de darle la espalda y me largo de allí. La calor es insoportable y más con esta mierda de paquete en lo alto (gracias). Miraría con lástima a los albañiles que hay por todo mi barrio si no fuese porque no me dejan nunca dormir la siesta.

Una vez llego, abandono el paquete donde primero pillo, como queriendo olvidarme de él y del sufrimiento que me ha hecho pasar. Le presto atención a la carta que es lo que ha llamado mi interés. Viene a nombre de "anónimo" y con un número de teléfono en color rosa justo debajo. Ese detalle ya me hace a una idea de lo que contiene. Empiezo a leer:

"Hola.

Te envío esta carta porque hay una cosa que quiero decirte, y no me atrevo a hacerlo en persona. Llevo tiempo fijándome en ti, aunque nunca me atrevo a decirte nada, soy algo vergonzosa. No intentes adivinar quién te manda la carta, porque creo que no me conoces más que de vista y alomejor ni te has dado cuenta de que existo. Me gustaría conocerte, y quiero saber si tú estás interesado. Te dejo mi número de móvil en el sobre para que me llames, aunque sea para que sea tu amiga. Si no me llamas supondré que es que no quieres saber nada de mí, y te dejaré tranquilo aunque siempre te recuerde.

Te quiero."

Vaya, vaya. O he enamorado a una cría sin saberlo o todavía sigue existiendo el amor quinceañero en los de mi generación. Al volver a guardar la carta en el sobre observo un dato bastante importante entre la escasa información que la muchacha ha dejado: 2001.

Los de Correos se han lucido. Siento que he roto sin saberlo el corazón de alguien, me la imagino las primeras semanas esperando ilusionada, y cómo poco a poco abandona toda esperanza.

Compruebo que no tengo el número apuntado en mi agenda, que no es alguien a quien a pesar de todo he acabado conociendo. Nada.

¿Qué habría pasado si hubiese recibido esta carta en su momento? Siento curiosidad, quizá esté en mi mano rectificar la vida de alguien. Miro de nuevo el número de móvil que hay en el sobre. Hum. ¿Será verdad eso de que me recordará siempre?

jueves, 7 de junio de 2007

Hace un día perfecto en el pasado

Camino a su lado, no sé a dónde me lleva pero eso no me preocupa. La verdad, es que sólo me preocupa tener que volver a casa algún día, separarme de su lado. Hoy es un día prometedor, hoy van a cambiar muchas cosas para bien, lo veo venir. Casi me cuesta contener las ganas de levantar una pancarta que diga "¡Sí! ¡He recibido tus señales!"

Me contengo, me conformo con lanzarle una sonrisa cuando me mira. Estoy eufórico y no es para menos. Sé que le gusto. Se acabó la eterna duda, los tiempos de espera, el hablar constantemente entre líneas. Sé que cuando acabe la noche estaremos declarándonos a voces, hoy es uno de los días más felices de mi vida.

- Vamos a sentarnos aquí mismo -me dice-, estoy impaciente por hablar contigo.

No es el paisaje que yo hubiera elegido para el día en que damos a luz entre los dos a nuestro amor, pero por lo pronto eso es lo de menos. Está impaciente por hablar conmigo, dice. Creo que ella debe haber estado también deseando con muchas ganas este momento. No hubiera nunca imaginado que todo se iba a arreglar tan positivamente, ya me veía teniendo que olvidarme de ella como de tantas otras.

Nos sentamos en el suelo, apoyados contra la pared. La acera es bien amplia, espaciosa, ya nos veo corriendo por ahí agarrados de la mano, celebrando la felicidad.

Empezamos a hablar sobre trivialidades. A pesar de eso me divierto, aunque en cuanto puedo hago por desviar el tema hacia donde me interesa. Al cabo de un rato lo consigo, no se me dan mal estas cosas.

- Ultimamente estoy bastante bien de ánimos -dice sin poder evitar que le brillen los ojos del entusiasmo-, creo que el chico al que quiero también le gusto yo.

Le grito a mis adentros que está claro. Que si todavía tiene dudas es porque es tonta. Y yo no puedo haberme enamorado de una chica tonta. Había pensado en disfrutar un poco más con la situación que estamos a punto de perder, juguetear con la información, hacerme el tonto hasta que ya fuera totalmente imposible negar la evidencia. Pero estaba impaciente, quería ir al grano, quería besarla ya y decir en voz alta "te quiero, eres mía". Así que me pongo a ello.

- No me has dicho todavía el nombre de ese chico.

Si yo fumase, esta sería una de las ocasiones en las que seguramente me encendería un cigarro. Disfrutaría de cada uno de esos segundos, en los que, mientras echo el humo, el tiempo parpadea.

- Tú me dijiste que también había una chica que te gustaba a ti... -agacha la cabeza, tímida.
- Sí, mucho.
- ¿Cómo se llama ella?

Quiere que yo resuelva su timidez, no se atreve a dar el primer paso. Es injusto, incluso teniéndolo todo en cuenta, seguro que ella tiene menos dudas que yo, he sido demasiado claro a veces, bastante descarado sin darme cuenta.

- ¡Yo pregunté primero! -Le doy un empujoncito tonto.

Este tonteo me gusta, pero estoy empezando a sentir que el nerviosismo no es el mismo de antes, que está evolucionando y que va por otro camino.

- Hagamos un trato -dice, con cara de haber tenido la idea más ingeniosa del mundo-. Si tú me dices a mí quién te gusta a ti, yo te digo quién me gusta a mí.

Se me escapa un resoplido.

Estoy empezando a detestar esta situación. Ese trato sólo va a crear un remolino interminable, no vamos a lo importante y yo estoy deseándolo. Parece que no tenga ganas de resolverlo todo, que simplemente quiera jugar a los detectives.

- Dime algo de ese chico -le digo, ignorando vilmente su estúpido trato de mierda.
- ¡Ay! No sé qué decirte...
- Venga, haz un esfuerzo.
- Me dice cosas muy bonitas, es muy cariñoso...

Puedo identificarme, igual que otros tantos millones de tíos. No me vale.

- Venga, dime algo más de él... -insisto.
- No sé...
- ¿Le conozco?

Luego me arrepentí de haber hecho esa pregunta. Es ridícula, tanto el "sí" como el "no" los voy a digerir mal.

Se tira unos segundos pensando.

- No.

Como una patada en los cojones, tal y como predije. Aun así, hubiera preferido el "sí". Por un momento pensé que casi prefería que fuera otro tío antes que pensar que creyera que yo no me conozco. "Otro tío", y el corazón se quejó. No, no lo hubiera preferido.

- El otro día quedamos -me dice.

Empiezo a echar cuentas, la semana pasada nos vimos, puede que se refiera a ese día. Iba a preguntarle cuándo exactamente, pero ya se había echado a hablar.

- Me lo pasé muy bien con él, es un chico muy atento. Fuimos a cantidad de sitios, y no paramos de hablar en toda la noche.

Mi corazón palpita. Todo encaja, aunque sigue pudiendo encajar en otras tantas combinaciones. Sigue siendo información incompleta, necesito más.

- Háblame algo de tu chica -dice, cambiando de tema.
- Me está tocando un poco las narices -se lo suelto y me quedo más tranquilo.
- ¡¿Por qué?!
- Porque no me quiere decir una cosa, pero en fin, eso no es tan importante como que tú sigas hablándome de tu chico.

Toma pelotazo devuelto en toda la cara.

Por un momento me mira con cara muy rara, cara preocupante. No me gusta esa cara de confusión. Después de un momento la borra y vuelve a ser ella, me quedo más tranquilo aunque con la duda. ¿Qué la habrá hecho ponerse así? ¿Se habrá dado cuenta de la indirecta? La verdad es que era demasiado clara... no debería haber dicho nada.

- Anoche...

¿Anoche? Busco rápido datos sobre anoche.

- ...me mandó un mensaje al móvil.

¿Se lo mandé? ¡No lo recuerdo! Casi hago el amago de meterme la mano en el bolsillo para sacar el móvil y comprobarlo. Su cara empieza a darme vueltas.

- Dijo que me quería.

¡No! ¡Es imposible que yo olvide algo así!

- He quedado con él mañana, para hablar, creo que es 'el día'.

Cada músculo de mi cuerpo está ahora mismo en tensión. Estoy mareado, pero a la vez guardo la compostura, debo seguir sonriendo. Un montón de pensamientos fugaces vienen a mi mente, ninguno de ellos con una respuesta que darle o con una solución para mí. Está claro que no soy yo esa persona, no soy yo. Es otro, ¡me ha traído aquí para hablarme de otro!

- ¿Estás bien? Te has puesto blanco...
- Estoy de puta madre.

De puta madre estaría si se te cayese la cabeza al suelo y la pisase sin querer al levantarme.

- ¿En serio? -Insiste.
- ¡Que sí!
- Bueno, ¿qué opinas de lo que te he contado?
- Eres afortunada...

¿Qué opino? Realmente opino que de alimañas como tú debe estar el infierno lleno.

- ...seguramente mañana os declaréis -le digo, recuperando un poco el buen fingir.

Sí. Se declararán. Como deberíamos estar nosotros haciendo ahora si el mundo fuese justo. Si existiese un equilibrio.

- ¡¿Tú crees?! Qué nerviosa estoy.

Ya se acostumbrará a perder los nervios. Tías como estas cogen la experiencia rápido. Todavía no me lo puedo creer, tengo ganas de reventarle a patadas el cuerpo y luego violar cada cachito que se haya desparramado por el suelo. Quiero averiguar quién es ese tío para llevarle en bandeja los restos mortales de su futura esposa.

- Me da algo de vergüenza decirte esto, pero...

La miro de reojo, desconfiado. Todavía puede que lo arregle. Que diga... "pero tú me gustas más, tonto", o "eras tú a quien me refería, pero quería tocarte los huevos un poco". Lo dudo mucho, cosas como esas no pasan, pero yo no controlo los latidos del corazon ni sus esperanzas.

- ...contigo se me hace tan fácil hablar -prosigue-. Puedo hablar de cualquier cosa, me aconsejas y me animas, no sé qué hubiera hecho todo este tiempo sin ti, sin tu compañía, la verdad.

Ha jodido mi vida para arreglar la suya. Merece que la mate, ahora mismo.

- Con él... -sigue hablando-, se me hace muy complicado, sinceramente. No me salen las palabras y no se me ocurre nunca de qué hablar. Me pongo tan nerviosa...

La voy a tirar a la carretera y voy a dejar que pase por encima suya hasta el último coche de la ciudad.

- ...antes, por un momento creí que te referías a mí, que yo era la chica que a ti te gustaba...

Por eso me miró entonces con tal cara de asco la muy zorra, ojalá se le hubiera quedado así para toda la vida, que no la quisieran mirar ni las ratas.

- Contigo todo fluye -dice sin mirarme a los ojos-. Contigo todo se me hace tan fácil...

Me estoy viendo venir el navajazo final.

- A veces pienso que hubiera sido mejor enamorarme de ti, ¿te imaginas? -me dice.

Hija de la gran puta.

martes, 5 de junio de 2007

Las personas somos especialmente serviciales cuando nuestra vida está en juego. Sólo tengo que pedir y se me da. Un rehén es como un genio que puede solucionarte la vida.

Su cara mira al hueco que queda libre en la ventana mientras yo cierro la última persiana y se despide del sol, se despide de la última esperanza de que alguien le salve, ahora los dos estamos más tranquilos. Una vez que todo es seguro, los dos podemos empezar a asumir lo que va a pasar.

Escucho como se retuerce en una de las sillas de madera en la que lo he atado. Música para mis oídos mientras le miro fijamente, sentado desobedientemente sobre su mesa.

- ¿Qué quieres de mí? ¿Que te apruebe? ¡Lo hago!
Me lo pienso.
- ¡Te apruebo! -Insiste- ¡En serio! No me cuesta ningún trabajo.
- Dulce tentación, pero lo que yo quiero es que no puedas aprobar a nadie más nunca. Además, si todo sale bien, ya me aprobaré yo.

Se desespera.

- Mira, tampoco me apasiona ser profesor. Dejaré de ejercer si eso es lo que quieres. Me metí aquí porque necesitaba dinero.

Saqué los dos billetes de cincuenta que encontré en su chaqueta cuando le registré. Había pensado en quedármelos para mí, pero romperlos despreocupadamente mientras leía en su mirada era mucho más apasionante que lo que pudiera comprar con ellos.

- Dinero... -medité-. 100 euros en tu bolsillo, ¿llevas esa cantidad todos los días? Por si acaso, ¿verdad? Tomas un desayuno demasiado caro creo yo.
- ¡Te estoy diciendo la verdad!

Su muñeca empieza a sangrar. Como siga forcejeando tan fuerte con los alambres va a acabar quedándose manco pronto.

- Tú necesitabas poder, y no del que te da el dinero.

Le eché los trozos de los billetes por lo alto y apoyé mi pierna en el hueco del espaldar que quedaba libre, muy cerca de su cara. Realmente estaba disfrutando con esto.

Me mira asustado, cree que le voy a pegar otra vez. Empieza a llorar.

- ¡Tengo familia! No me hagas nada.

Ojeo de nuevo las fotos que encontré en su cartera. Me empiezo a reír, me hacen gracia las caras con las que salimos en las fotos de carnet.
Ahora está rabioso por haberme burlado de su familia. Tantos cambios bruscos de ánimo me confunden.

- Me gusta más tu nueva actitud -le confieso-. Antes eras un obsesionado de la autoridad, todo tenía que ser como tú querías que fuese. Ahora, sin embargo, te estás adaptando bastante bien a la humillación. Pero estoy dejando de divertirme, estoy seguro de que ya me he saciado.

Me inclino hacia él. Le toco la frente mientras cierro los ojos. Construyo su imagen en mi mente, y mi rostro empieza a cambiar. Mi cuerpo entero esta sufriendo un cambio. Después de un rato, ya soy él.

No sale de su asombro, se está viendo a mí en él.

- Ocuparé tu lugar durante un tiempo, ¿de acuerdo?

Se ha quedado sin habla.

Es suficiente, me digo.

Empiezo a golpearle con uno de mis libros de texto en la cabeza hasta que muere. Una foto en esas circustancias debería ser muy divertida. Ahora tengo que encargarme de limpiar la sangre y trasladar el cadáver, pero eso es una tarea mucho más aburrida de contar.

sábado, 2 de junio de 2007

Todos estabamos bastante alterados, nerviosos. Algunos bromeaban, intentando olvidar la tristeza. Otros callamos, apoyados en silencio en la pared. Asumimos hace tiempo nuestro malestar.

Suena el timbre. Entramos sin orden alguno cuando la puerta se abrió. Sin orden porque no pensamos, simplemente reaccionamos al impulso que dicta la imagen de una puerta abriéndose. Pupitres, sillas, ordenadores. Mirando al suelo andamos, y sabemos dónde descargar el peso que llevamos. Al fondo una persona nos recibe. Saluda en susurros y sin mirarnos a la cara, casi como si quisiera disimular la vergüenza de saludar a seres inferiores como nosotros.

Nos sentamos. Espalda recta y mirada firme, todas dirigidas a él, centro estratégico del aula. Sólo se nos permite llegar a él mediante previo permiso, porque en el espacio que le rodea las neuronas van dos veces más rápido que en el espacio vital del resto de humanos. Su mesa es más alta que la nuestra, al igual que su poderosa cultura. Su silla está acolchada, la nuestra es de madera. Mi culo es peor que el suyo.

- Ibamos por la página 150, profesor. Tema 5. - Se atreve uno a decirle.
- Eso fue ayer, hoy es un día distinto.

Posa su libro cerrado encima de su mesa de oro y abre una página al azar.

- ¡Por aquí vamos hoy!

"Empujar monitor al suelo", escribo en mi cuaderno.

El profesor empieza a escribir unos cuantos garabatos en la pizarra, mientras su espalda nos habla de cosas que cree que deberíamos saber. Ninguno se atreve a decirle nada, todos asienten, todos se avergüenzan pensando si serán los únicos que no se enteran.

- ¿Todo claro?

"Aprovechar la confusión", escribo en mi cuaderno.

Una mano temblorosa se levanta. La responsabilidad pudo más que el temor, pienso mientras aplaudo por dentro a esa persona.

El profesor da la palabra con la mirada, él tiene cosas demasiado importantes que decir como para gastar saliva.

- No he entendido muy bien.
- ¿Por qué? - Pregunta el profesor.

"¿Por qué" repito yo en mi mente. La pregunta debería ser "¿El qué?". Busca una respuesta del tipo "no estaba atendiendo porque me he distraído". En su mente no cabe la posibilidad de haber explicado mal, de no haber hecho entender las frases que casi literalmente repetía de nuestros libros de texto.

"Golpear en la cabeza", escribo en mi cuaderno.

- Porque no me ha quedado claro -responde el alumno, escapando como puede de la pregunta-trampa.

El profesor mira fijamente al alumno durante unos segundos. Luego comprueba la mirada de perplejidad del resto de la clase. Oculta la decepción que le crea. Lo tiene claro: su explicación era demasiado buena para que alumnos tan torpes como nosotros la entendiesemos. Él debería estar enseñando a gente que ya viniera sabiendo.

- No te preocupes -vuelve a dirigirse al de la duda-. Todo quedará claro con los ejercicios que voy a mandar ahora. Me los entregaréis hechos mañana.

Termina de entregarlos y se marcha. Al día siguiente penalizará al que no los tenga hechos. Lo imagino:

"¿Qué no los has hechos porque no los entendías? ¿Lo has intentado almenos? Esto no lo puedo admitir".

"Sacar a todo el mundo de la clase, cerrar la puerta con llave por dentro", escribo en mi cuaderno.

Me ve escribiendo, justo antes de irse. Levanto la cabeza sobresaltado, las miradas se cruzan.

- ¿En qué te estas distrayendo? -Dice mosqueado, mientras se acerca ligero hacia mí.

No pierdo la calma, le miro sosegado. Lo está interpretando como un desafío.

Esta junto a mí, coge mi cuaderno. Lo lee con cara de confusión.

Mientras tanto, agarro el monitor, lo sujeto firme. Ha llegado el momento de llevar a cabo el plan.

miércoles, 30 de mayo de 2007

El zumbido monótono del ventilador a duras penas molestaba en comparación con el estruendo que se colaba por la ventana de la música ajena.

- Deberías hacer algo de provecho -se escucha entre la niebla de sonidos.

Luego un portazo.

Cierro la ventana, se silencia un poco la música. Ahora escucho cómo algo gigantesco se cae al suelo en la casa de arriba. Lo que sea debe haber colado bajo la cama o tras un sofá, porque ahora arrastran algo muy pesado para recuperarlo. En otra casa escucho hasta platos chocando y agua cayendo.

Por otro lado, vienen gritos de la calle. Parece que hay personas enfrascadas en una conversación muy malhumorada, seguramente quieran descubrir quién es más imbécil de todos y les cueste trabajo.

Los insultos se silencian por una bocina traída del futuro, directamente del día en que el mundo explota. La razón: un enorme camión, cuyo perfil muestra la altísima temperatura a la que viaja, se ha quedado atascado en la estrecha esquina de la calle. El conductor tiene la cara roja y grita mientras mira a todos lados.

Putear mientras lo abarcas todo con la mirada... es como si regañas a todo el mundo a la vez, aunque en su caso nadie tenga la culpa de su metedura de pata. Otro bocinazo.

El de la música debe estar también mosqueado, en consecuencia, porque ha subido el volumen un tanto más. Se habrá puesto celoso.

En la pelea, la gente está doblemente frustrada porque sus ingeniosidades no se escuchan al completo por culpa de la bocina. Algunos han ido a ayudar al camionero para ver si se larga ya y pueden seguir en el interesante menester.

Entre todo, mi móvil empieza a sonar. Tiene puesto el sonido más alto y chirriante posible, para que tenga oportunidad de vez en cuando de darme cuenta de que me llaman.

Lo cojo. No escucho a nadie hablando, sólo emite un pitido casi en susurro. Me tapo el oído que queda libre, para enfocar mejor la escucha. Únicamente consigo escuchar más claramente el pitido, que se intensifica progresivamente.

Cada vez más alto, ya resulta molesto. De repente, me vi forzado a lanzar el móvil contra la pared y soltar un grito de dolor. El eco de aquel molesto ruído todavía estaba dentro de mí.

En ese momento me doy cuenta de que todo ha parado, ya no hay más.

No hay música, nadie arrastra nada arriba, nadie discute en la calle, ningún camión encerrado. Todos los hijos de puta parecen haberse quedado quietos de repente.

Cierro los ojos, tiendo la cabeza en el espaldar de la butaca... disfruto de los primeros segundos de tranquilidad, de silencio, desde que me desperté.

Al rato, cuando ya estoy satisfecho, me propongo ver alguna de las series que se me hayan bajado, manjar de la tranquilidad. Pero debe de haber un fallo en los codecs de sonido, o se ha bajado mal, o yo qué sé, porque se escucha nada. Otro vídeo, lo mismo. Ni tan siquiera mi música suena.

Me doy cuenta de que algo problemático sucede cuando enciendo la televisión y compruebo que tampoco emite sonido, a pesar de que la imagen funciona correctamente.

No obstante, ignoro lo raro del asunto y decido ponerme a leer un libro. Ciego desde luego no estoy. Y no quiero desaprovechar este momento de tranquilidad para preocuparme.

Abrí el libro por donde me quedé:

"Con un ojo atento a la ventana, me sumí en la relativa oscuridad del local. Aparte de la rubia, no parecía haber nadie más, cosa que no me extrañó en cuanto vi las pinturas.
- ¿Conoce a Terence Glass? -preguntó, al tiempo que me daba un catálogo y la lista de precios. Era una cosita muy mona.
- Por supuesto, tengo tres suyos.
Algunas veces tienes que echarle cara al asunto, ¿no?
- ¿Tres qué?
Claro que no siempre funciona.
- Pinturas.
- Santo Dios, no sabía que pintara." *

(*Fragmento de "Una noche de perros - Hugh Laurie")

Cuando levanté la cabeza para reírme, la carcajada se me quedó congelada en la boca. Yo estaba en aquella galería, en mitad de la conversación entre aquellos dos personajes del libro. Veía cómo la rubia aguantaba la risa mientras llamaba a voces a su compañera, que estaría en otra habitación, para hacerla cómplice de la cómica situación, a la vez que el hombre se daba media vuelta y seguía a lo suyo evitando la vergüenza.

Entonces lo entendí todo.

Aquel día perdí el sentido que me sobraba y conseguí el nuevo que necesitaba.


domingo, 27 de mayo de 2007

Los humanos dormimos en comunas enormes, una gran plaza cerrada a la que llamamos hogar. Convivimos como enemigos anónimos en la vigilia, pero mientras el resto duerme, todos necesitan abrazarse, darse un calor distinto al que encuentran bajo el sol. Eso los mantiene con vida.

Yo me hago centro de la oscuridad, en pie, me rodeo de los misteriosos ruídos. Y no necesito más calor que el de vidas pasadas.

Seres fantasmagóricos me rodean y me sonríen. Hacen temblar a los que han dejado los ojos cerrados. De mí salen y entran con fuerza y me lo agradecen a su modo: no habrá paz en sus noches. Los comprendo a todos. Murieron igual de mal que vivieron, están rabiosos. Igual que yo no soporto a los estúpidos ellos no soportan a los felices. Resulta que tenemos enemigos comunes, queremos equilibrar la balanza a golpe de dolor.

Horas después estoy yo solo, sentado con las piernas cruzadas sobre el colchón que he heredado. Veo las sombras de la humanidad, el sube y baja de sus respiraciones y el brillo aceitoso tan peculiar del sudor.

Toda la oscuridad del planeta se sacude ante el fuego. El cielo por unos segundos ha estado naranja en plena madrugada. He encedido un cigarro.

El silencio desaparece bajo el velo de paz que he tirado, hipocresía. Todos empiezan a despertar con toses compulsivas. Escuchan atemorizados carcajadas, se preguntan de dónde provienen.

"Me cuesta respirar"

"No puedo ver nada"

La sangre entra en escena.

Doy una calada más al cigarro.

- Os regalo el abrir de ojos en la noche, sed enemigos ahora también.

Y todos se acuchillaban a ciegas, posiblemente yo también morí esa noche. Luché por equilibrar la balanza.

miércoles, 16 de mayo de 2007

Un chorro de aire frío directo a la cara no me deja concentrarme, pero a la larga la calor es peor. Las manos me sudan, hacen que todo lo que realizo con ellas sea incómodo. El más mínimo esfuerzo ya me humedece y por la calle tengo que ir buscando las sombras para ocultarme en ellas si no quiero que mi ropa y mi piel empiecen a quemar.

Ya viene el verano, la época de la felicidad. Espero que, por lo menos, de aquí a unos años las vacaciones duren seis meses, gracias al efecto invernadero.

Aburrimiento, decadencia, malestar.
Me estoy asfixiando.

sábado, 12 de mayo de 2007

Estaba tirado en la calle, sentado en un portal. Bebía tranquilamente una cerveza, mientras observaba a la gente que pasaba. Es una curiosa forma de desafiar la ley, debo estar a la altura del resto de criminales.

Un tipo de lo más extraño se sentó a mi lado, atraído por no sé qué. Me miró y yo le volví la cara. No tenía ganas de entablar conversación con nadie, por eso que estaba ahí y no pegando saltos en cualquier lado, mucho menos con un extraño. Pero él tenía fijación, y no le importó la señal de desinterés.

- ¿Qué haces aquí, tan solo? -Preguntó.
Cuántas veces habrá escuchado esta frase alguien que está a punto de que intenten ligárselo.
- Me apetece estar así, pero se ve que no hay manera.

Me decepciono cuando le escucho reírse. Si no fuera porque quedas como un estúpido, la mejor respuesta a una bordería es una carcajada.

- Quiero contarte algo que creo que te va a interesar.

No me gusta este tipo de cosas. La intriga me debilita, me vuelve inferior por unos segundos.

- ¿El qué? - Finjo el justo interés. Ni mucho ni poco, aunque cualquiera notaría el cambio de actitud.
- Hace tiempo descubrí mi don, almenos creo que es eso. No es como para disfrazarte y esperar que te llamen superhéroe, pero sí como para andar con la cabeza más alta que el resto.

Me gustó la introducción a su historia.

- Estarás preguntándote de qué se trata -siguió diciendo-, pues ahí va... Hay cabezas que salen de los ojos, una por cada persona. Sólo yo veo esas cabezas, y todas me miran al pasar, independientemente del punto de visión del dueño del ojo. Giran su cuello, se inclinan, se retuercen, quieren mirarme. Todas son iguales, por eso he llegado a pensar que son la misma, que se pasea de ojo en ojo siguiéndome.

Se quiere quedar conmigo, pero me da igual. Es original y me gusta cómo lo cuenta. ¿Qué más da que crea que no es real?

- Admito que es extraño -dije-, pero... ¿qué tiene eso de don?
- Parece tenerme siempre localizado y cuando me ve examinándole sonríe con maldad, con satisfacción porque sabe que vuelvo a recurrir a él. Abre el fondo negro que tiene por bocaza, dice una palabra y se va. Paseo por la calle y "¡traidor!", "¡mentiroso!", "¡egoísta!", "¡responsable!", "¡puta!", "¡solidario!", "¡humilde!"... -hizo una pausa, descansando de la excitación que había cobrado. Cogió aire y me guiñó.- Resume a las personas en una palabra.

Admito que me sorprendí.
- ¿Y es fiable?
- Sí. No se equivoca. Por eso me aburren las relaciones humanas. Si sabes de primera hora qué es lo más importante de alguien, acabas volviéndote excesivamente selectivo.
- Bueno, ¿por qué creías que me iba a interesar?

Se acercó más a mí, sonriendo. Comprobé que era cierto lo que había dicho sobre su mirada, sobre el desprecio hacia todo aquello que no sea él.

- Porque he visto lo que ha dicho la cabeza de ti. Puedo iluminar lo que te es un misterio.

Saber lo que dice la cabeza de mí. Conocer la palabra que me resume... era algo seductor.

- Paso.

Me sobrepongo a mi debilidad.

- ¡¿Por qué?!

La sonrisa de superioridad se mudó de persona.

- Dudo mucho que si una palabra me resume sea buena, que me deje en buen lugar hacia lo ético. Por lo tanto, si aciertas te voy a decir que es mentira, que te has equivocado. Si de verdad fallas, no me vas a creer por mucho que te argumente. No forcemos la desconfianza, aunque seamos desconocidos que no se van a volver a ver.
- ¡Sé que eso te da igual! -repuso frustrado. Esa frustración me animó más.

Su pupila cambió milimétricamente de dirección, como si de un tic nervioso se tratase. Luego, toda su expresión varió, se tornó en confusión. Miedo. No hacía falta un don para traducirlo.

- Ha salido la cabeza... de tu ojo... de nuevo... ha dicho otra palabra. ¡Otra! ¡Distinta!

Ahora sí que estoy excitado del todo, por mi parte. Aunque por la de él... joder, qué asco me da. Un don ha ido a caer a la persona inadecuada.

Me levanté y me despedí de él. Me dio la mano, sin salir de su asombro. Noté que seguía queriendo hablar conmigo, que tenía cosas que preguntarme. Pero yo ya estaba saciado.

- No evites siempre las relaciones humanas por lo que diga la cabeza -dije mientras estrechaba su mano-. Quizá un día, llegado ya a viejo incluso, asomado a la ventana y sin nada mejor que hacer... veas a una cabeza saliendo de tu don y diciendo algo como por ejemplo "Incompleto".

Hay personas que no pueden ser resumidas con una sola palabra, este iluso no alcanza a comprender eso.


miércoles, 9 de mayo de 2007

Descorro las cortinas y la claridad entra a la habitación. Demasiada claridad para mi gusto y para unos ojos tan sensibles, pero es lo que me han recomendado hacer y no pierdo nada intentándolo.

Abrí la ventana, saqué la cabeza, y me crucé de brazos sobre el marco del cuadro.

Sinceramente, siento un poco de vergüenza, parezco uno de esos viejos aburridos sin nada mejor que hacer y todos los que pasen y me vean serán conscientes de la semejanza. Se me ocurrió que mirar el vacío no es tan interesante cuando te propones hacerlo. Si yo pasase ahora por enfrente mía, seguro que pensaría "¿qué verá este hombre de interesante aquí fuera como para estar perdiendo el tiempo de esa manera?" Yo no tendría tampoco nada mejor que hacer con mi tiempo, pero almenos no hago... lo que estoy haciendo.

Me dijeron que asomarse a la ventana de buena mañana te hacía ver las cosas desde una perspectiva distinta, mejor, supuestamente. Que tus problemas se reducían ante la inmensidad del mundo y su flujo de vidas.

Cierro la ventana. A mí, personalmente, no me funciona. La magnitud del mundo y su flujo de vidas no me interesa, no sé si eso me hace menos humano. No es lo que busco, no es esa perspectiva. Seguiré buscándola, pero no creo que la encuentre viendo por la ventana lo que llevo viendo todos los días desde que nací, con su mismo flujo de vidas y su misma clareada decadencia.

lunes, 7 de mayo de 2007

Mientras más temprano me acuesto más me cuesta levantarme. Voy a tener que coger la costumbre de beber café entre cubatas, con visión al futuro.

Suena el despertador.

- Suena dentro de diez minutos -le digo, un par de veces.

Al cabo de un rato ya llego cinco minutos tarde y todavía no me he levantado de la cama. Estoy cansado, muy cansado, física y psicológicamente. Mataría a cualquiera que pudiera recriminarme la tardanza sólo para poder seguir durmiendo, aunque fueran diez minutos.

Vuelve a sonar el despertador. No aguanto más, ese tipo de objetos debería llevar micrófono para que pudieramos desahogarnos con ellos sin sentirnos estúpidos, que nos entendieran.

Esta vez no vas a volver a sonar, por hoy.

Decido ir dos horas más tarde a clase. Podría faltar sólo la primera, pero las da el mismo profesor. No quiero que crea que soy un estúpido. En casos concretos, los profesores piensan peor del que se ha quedado dormido que del que ha faltado a clase.

Da igual que sea una tontería, me vale como excusa.

Me siento en la silla, enciendo el ordenador. La gente que veo conectada me llama madrugador, es la manera divertida de entablar una conversación aburrida a esa hora. Aunque a esa hora casi todo es aburrido.

Estoy apagado, no me molesto en fingir nada, en ningún aspecto. Recalco que estoy aburrido, que todo es aburrido, que les vendería como esclavos a los que manejan mi vida a ratos porque me dejasen dormir un poco más.

Han pasado las dos horas. Debería irme, pero el pantalón está demasiado sucio como para irme, si me hubiera dado cuenta antes... una hora más aquí.

Ya voy después del recreo.

Han puesto internet en clase, todos empiezan a conectarse al messenger. Aunque no haya casi nadie conectado a esa hora, cualquier cosa es mejor que soportar tanto tedio.

- ¿Cómo que no has venido a clase?
- Iré luego... lo más seguro. ¿Qué habéis hecho?
- Han hecho preguntas, ya te pasaré las respuestas.
- Hmm... dámelas mañana.

sábado, 5 de mayo de 2007

Pulso play y empieza el show, es una actividad más de mi día a día. Me siento, me relajo y veo como van sucediendo las cosas, presto mucha atención y observo cada detalle.
Pero un día, algo me desconcetró y no me dejó escuchar con claridad, desde el más leve sonido hasta el más importante de los diálogos.

Di un golpe contra la mesa, cabreado, y me asomé a la calle. Los golpes venían de abajo. Deseaba que no fueran albañiles, no otra vez. Por suerte, la evidencia estaba de mi parte: demasiado poco basto como para provenir de una bestia empuñando un martillo. Ni tampoco podía ser alguien que picaba a la puerta de algún vecino, a no ser que llamase a las puertas a puñetazos. Descartada las dos soluciones más probables en una comunidad de vecinos, bajé intrigado.

Cuando asomé al pasillo del portal, vi que habia una nueva puerta colocada en mitad del camino, cerrada, pero que tampoco llevaba a ninguna parte. Es extraño que todavía nadie haya protestado por ella, pensé, con la de víboras come-ojos que viven aquí. El ruido venía de aquí, no cabía duda.

Rodeé la puerta, cada vez más intrigado. Fue una chica lo que encontré, preciosa, sus cabellos eran castaños y rizados, sus ojos verde intenso, cansados. La fuente del ruido era su cabeza chocando contra esa puerta.

Bom
- ¿Puedo saber qué haces? No me dejas escuchar la televisión.
- Estoy intentando abrirla -dijo mientras aprovechaba para secarse la sangre de la frente.
- Incrustate la llave en la frente... o simplemente gira el pomo.
- Eso no me llevaría a ninguna parte.
Bom
- Sí, tu modo por lo menos puede llevar a que te desmayes. La puerta no lleva a ningún lado, no hay nada detrás de ella.
- Eso es porque los pomos te han absorvido el seso. Esta puerta lleva a un nivel superior dentro de mí.
Bom

Miré detrás de la puerta, luego hacia arriba. Había lo que siempre hay. Más pasillo y más techo.

- Bajo el umbral de esta puerta -dijo-, está la entrada a mi madurez y la salida de mis lastres. Hay que echarla abajo cueste lo que cueste, aunque implique que alguien no pueda sentarse tranquilo a ver su programa favorito de televisión.
Bom

Suerte. La mejor conversación desce hace mucho tiempo.

viernes, 4 de mayo de 2007

Tengo el suelo lleno de cosas. De cáscaras de pipas que he tirado al suelo por pereza, de la ceniza de mis cigarros, de los desodorantes que se me han gastado, de los libros prestados que ya he leído, de la guitarra que ya no quiero seguir aprendiendo a tocar, de la chaqueta que no voy a necesitar bajo la evolucionada atmósfera, de tenis sucios y rotos que ya no utilizo.

Barro frenéticamente, pero el recogedor se me ha olvidado. Todo esto debe servir para algo más que para crear basura, pienso. Lo apilo todo contra una esquina y veo que la aguitarra abulta demasiado, rompe la armonía de la mierda. Me ensaño a escobazos con ella y veo cómo se desprenden los segundos con cada trozo de madera partido. Ahora está todo más bonito.

Abro las cortinas de la tienda.
- Dame todos los cuchillos que tengas -ordeno al dependiente.

No hace preguntas. Me entrega unos treinta, no son suficientes, pero a la vez demasiados como para pagarlos. Debería haber pensado antes en esto, aunque quizá lo que ha ocurrido es que he obviado la solución. Salgo de allí, hay un cuchillo que tengo que limpiar al llegar a casa.

Inserto el orificio pequeño en la boca de un globo y meto ahí toda mi porquería. El explosivo. Este globo es especial, treinta cuchillos ni le van a arañar, el embudo sin embargo voy a tener que cambiarlo por otro después de esto.

Lo sostengo entre mis manos, admirando la obra. Lo sacudo, me excita tanto sonido metálico junto dentro de algo tan inestable.

Nunca he destacado en una pelea, pero en los pulsos siempre se adapta mi fuerza a la del más fuerte. Contra los débiles gano, contra los fuertes empato. Este explosivo tiene suficiente fuerza como para que me deje lanzarlo bastante lejos.

Pulso el control remoto. No es tormenta, eso bien. La explosión bien. Pero no son gritos lo que escucho en la lejanía. No es posible que todos hayan fallado. Todos han caído a los pies de alguien, ninguno dentro de ellos.

Me desilusiono, me deprimo. Esto no me gusta, vuelvo a no sentirme vivo. Almenos no he pagado ni un duro, vaya consuelo más triste.

Minutos más tarde suena el timbre de mi casa. Antes de que me haya levantado a abrir la puerta ya ha sonado otras seis veces. Otra más, y otra. No para de sonar, no hasta que llego y abro. Un grupo de personas, cada una con un cuchillo en la mano, ha venido a visitarme. Son mis cuchillos, los reconozco. ¿Cómo han sabido que fui yo? Siento algo de miedo, aunque por otro lado pienso que es lo justo, van a vengarse y la culpa es mía.

Los cuchillos empiezan a caer al suelo. Sigo sin salir del asombro, pero ahora he recuperado la agilidad mental y me fijo en que sus ojos no miran a ningún punto en concreto. Se están arrodillando, sus rodillas tocan el acero de los cuchillos.

Están rezando. Me están rezando a mí.

No puedo apartar la vista de ellos, pero cuando noto mis pies húmedos intuyo que el charco de sangre es bastante grande.

Suelto un discurso sobre moral, el cielo, el infierno.... Ahora soy el nuevo dios de la gente a la que, por azar, he intentado matar.

Me siento vivo.

miércoles, 2 de mayo de 2007

Noche centro

La comunicación por excelencia era el baile y las miradas, el contacto humano se traducía en empujones y caricias. Desconocidos y conocidos entran en la misma burbuja. Besan, abrazan, te quiero, te quiero, te quiero... y en los ojos no eres capaz de ver la botella que te acompañó a llegar allí. Hoy yo he prescidido de ella.

Me despego de la pared dispuesto a sumergirme en la estupidez. Yo también os quiero (ver muertos), abrazadme (mostradme vuestra espalda), besadme (bebed mi veneno).

Un par de chicos miran con deseo a mis amigas. Es normal, van vestidas como auténticas putas. Noto que planean acercarse, están entusiasmados, saben que están ardiendo y que no hace falta emborracharlas más, ya son presas fáciles. Me arrimo a ellas y las cojo a ambas de la cintura, las arrimo a mí, bailo y mis ojos les miran diciendo lo guapas que están. Ellas me miran sorprendidas, con extrañeza, y se rien.

- No es común que tú estés tan cariñoso.
- ¿No? No me conocéis bien...

Esos dos tíos me miran con cara de envidia por un momento y no tardan en irse.
De un empujón me deshago de ellas, me miran, les sonrío, me devuelven la sonrisa. Vuelvo a la pared. Todos están empujándose.

Pequeñas maldades como dosis de vitamina en la enfermedad.

domingo, 29 de abril de 2007

Se cruzaron las miradas a la vez que se soltó el pie suavemente del acelerador. Yo seguí caminando, todavía a una distancia considerable. ¿Es él, verdad? Sí, me respondí a mí, y en un momento vinieron a mi mente los pocos recuerdos que me lo confirmaban.
"Sí, sin duda", parecimos decir a la vez. La mirada persistió, es más, se endureció.

Quizá esto se puede tomar como una declaración de guerra, pero qué más da.
Soy un cabrón al que ya no le importa nadie.
Cuando pensé eso, no pude evitar sonreírle. Pero no como se le sonríe a un amigo, ni a alguien que simplemente te cae bien. Cuando siento esa explosión de orgullo dentro de mí, no puedo evitar bajar la mirada al tiempo que alzo la cabeza, sin dejar de mirar al mismo punto que antes.

No frenó para dejarme paso, era evidente. Pero alcancé a su lentitud, y conforme cruzaba el estrecho paso de cebra rodeándole por detrás, mis llaves hirieron la fea pintura blanca de su coche. El espejo retrovisor que había a mi derecha pintaba un par de ojos confusos que me seguían el paso.

No pude quitar esa sonrisa macabra de mi cara hasta que pasaron unas horas.

Que disfrutes el regalo, ya tienes otro recuerdo más del que yo formo parte.

jueves, 29 de marzo de 2007

El tiempo pasa, y con él, las cosas que están quietas se van quedando pequeñas. Te cansas de girar el mundo para que el horizonte nunca las alcance, pero tu resistencia no es inagotable. Poca gente se resiste a olvidar algo que le hace daño, pero hay veces que el dolor de algo concreto es lo único que te permite conectar con una época pasada. El único sentimiento que sobrevivió tras aquella época feliz, y te atas a él. Poca gente elige seguir recordando, vivir sentimentalmente en un pasado lejano.