martes, 4 de septiembre de 2007

Pasear por el colegio a media noche difiere mucho de hacerlo a medio día, y a la gente le asalta una especie de sensación terrorífica que nunca antes habían notado. Los susurros se escuchan, cada sílaba tiene su propia entonación en el conjunto palabra. Las cosas importantes tardan más en morir si emergen en silencio, cuando el eco da a basto. Todo está tal y como hace un poderoso momento... la soledad no es exactamente como la define el diccionario. Podría decir que es algo así como cuando sientes la extraña necesidad de escuchar el viento soplando tras las ventanas de tu habitación, mientras todas las otras vanales sensaciones se desvanecen timidamente.

Unas ventanas chirrían, otras aguantan el golpeo del viento. Incluso eso forma parte de tu silencio. Tienes el presentimiento de que cuando mueras escucharás ese mismo sonido, y eso no te desagrada del todo. Retrasas la hora del reloj tantas veces como sea necesario, hasta que al final acaba amaneciendo a las tres de la madrugada, a las tres de la madrugada nunca te entra sueño. Dormir es el único modo de salir de esta burbuja interdimensional tan irreal que se ha creado entre los dos emisferios ayer/hoy. Si despertases serías otra persona distinta, pero no tienes claro qué es lo que prefieres. Tus ventajas son algo extrañas de medir. Pero... está bien vivir a tu modo, tus preocupaciones son del pasado, ya no tienes que luchar por tus sueños y tu personalidad es la que ves. Evidentemente, un corazón escayolado no puede latir.