jueves, 13 de noviembre de 2008

Ella hablaba y yo escuchaba. Lo que podía ser una conversación trivial, para mí era "verla hablar", cualquier cosa que me contara cautivaba mi atención, sólo por estar viéndola hablar. Acompañaba sus relatos de diversos gestos faciales constantemente, movía sus manos como una directora de orquesta guiando sus palabras, sus énfasis en los puntos que quería destacar, los paréntesis que ella misma se hacía para explicarme algún detalle de fondo que no pareciera claro, su tono de voz desprovisto de un tono clasificable. Todo en ella, para mí, volvía interesante cualquier cosa hablable.

Pero había un problema: cuando yo hablaba la atención la acaparaba mi conversación, o no. Frente a ella, y a pesar de mirarla a los ojos, yo sentía que no había nadie que estuviera viéndome a mí. ¿Cómo había llegado al punto de entristecerme que alguien se concentrara únicamente en lo que digo? Y no también, un poco, en mí. Mi desesperada visión de la realidad hacía que hablarle me volviera invisible, un locutor de radio en una sala oscura, emitiendo sólo para ella desde lejos.

Ese día, sentados uno junto a otro y disfrutando de la cálida tarde, decidí contarle un sueño que tuve.
- ¡Quiero escucharlo! -dijo entusiasmada.
- Es muy largo...
- ¡Pero salgo yo! Mejor si es largo.
- Bueno... -cogí aliento y busqué las palabras con las que empezar la narración- Estabamos en la playa... aunque vestidos de calle. Creo que sólo estabamos allí paseando, disfrutando de la tarde como estamos haciendo ahora, mientras hablamos de nuestras cosas. La playa estaba llena de bañistas, pero nosotros estabamos alejados... casi al principio de la playa. No recuerdo nuestras conversaciones, creo que tampoco nos dio tiempo a hablar de mucho.
- ¡Qué rollo! A saber de qué hablaríamos. ¿Por qué no tuvimos tiempo?
- Eso es lo importante. De repente todo el mundo empezó a correr desorganizadamente por toda la playa. Huían tan aterrados que muchos nos arrollaron sin miramientos y casi te pierdo de vista. Pero agarré tu mano y no dejé que nos separaran.
- ¡Bien!
- Yo no era capaz de ver la razón por la que la gente corría, hasta que escuché algunos gritos de los bañistas diciendo "¡la ola! ¡la ola!".
- ¡¿"la ola"?!
- Sí. Es una de estas cosas extrañas que pasan en los sueños: ahora no hay nada, ahora sí. Eso fue lo que nos ocurrió con la ola, que apareció casi de la nada y justo delante nuestra. Era gigantesca, capaz de engullir la ciudad entera. Y nosotros estabamos allí... justo delante de ella y en su momento quizá más poderoso...
- ...
- Lo siguiente que hicimos después de contemplar con sorpresa a la ola, fue mirarnos con pánico a los ojos. La ola ya estaba sobre nuestras cabezas y ahora parecía incluso más grande que antes. Su altura había conseguido tapar el sol y era desesperante estar a la sombra de aquello. Yo, que aun te agarraba con fuerza la mano, te hice reaccionar de un tirón para echar a correr.
- ¿Escapamos?
- Sabía que no llegaríamos muy lejos... -dije negando con la cabeza- la ola avanzaba rápido y nosotros ya estabamos prácticamente siendo salpicados por ella. Sin embargo, nos dio tiempo a llegar a la verja que separaba la playa de la calle (no, yo tampoco he visto nunca una playa así), solté tu mano y te empujé contra ella.
- ¿Que me empujaste en una situación así? Anda que...
- ¡Eh! Deja que me explique... tu espalda estaba pegada a la verja y me mirabas con cara de no saber muy bien qué estaba haciendo. Entonces te abracé. Pasé mis brazos por entre los barrotes y me agarré con fuerza a ellos. Pegué mi cuerpo al tuyo y hundí mi cara en tu pelo, sintiendo el tacto con tu cuello en mis mejillas.
- ... ¿Por qué hiciste eso? -preguntó, después de unos segundos sin habla.

La pregunta hizo que me diera cuenta del peso sentimental del que mi sueño iba cargado. Casi estaba diciéndole abiertamente "estoy enamorado de ti", y no había sido consciente de ello. Resolví salir de la situación mintiendo, para evitar cualquier situación incómoda.
- Sabía que lo peor de aquella ola no era morir ahogado... sino que arrastraría rocas y cosas así. Yo quería protegerte de ellas, darte almenos una posibilidad de sobrevivir... -hubo una pausa ahí, donde comprobé que la atmósfera estaba tensa- ¿No es eso lo que hacen los buenos amigos? -dije, mostrando una amplia sonrisa y en un tono despejante, dinámico, que nos hiciera despertar de ese sueño.
- ¿Y qué más? -preguntó intrigada.
- Nada. Ahí acaba...
- ¡Que sueño tan raro! Pero bueno, fui salvada y todo, que detallazo.

Reímos y comentamos un par de cosas más sin importancia referente al sueño, y comenzamos a hablar de otra cosa. Por alguna razón me sentía decepcionado conmigo mismo, en lugar de contento por haber sabido parar a tiempo. Porque... lo cierto, es que ahí no acababa el sueño. Y creo que, a pesar de haber conseguido evitar aumentar el grado de incomodidad, no estaba satisfecho. Había dado impulso a una rueda que ahora no podía frenar. Su incompleta atención en mí era doblemente dolorosa, mi exceso de atención en ella doblemente pasional. La rueda giraba cada vez con más velocidad, más frenética, y si no hacía algo, si simplemente nos despedíamos sin más, la rueda ficticia de mis emociones se estrellaría contra mí al final de la empinada calle.

- ¡Lo cierto es que el sueño no acaba ahí! -dije como si acabara de escaparme de un yugo y pudiera, después de largos años de esclavitud, hablar libremente.
- Pues termínalo -pidió, después de examinarme con confusión.
- La verdad es que no recuerdo nada del momento del impacto con la ola. Estaba abrazado a ti, sujetando nuestros cuerpos a la verja... y de repente estabamos sumergidos en el agua. Seguíamos abrazados mientras la corriente nos arrastraba por las profundidades marinas, estas que tienen una vieja ciudad enterrada en su fondo. No era una corriente violenta, casi nos llevaba flotando en un apacible paseo... supongo que es otra de las rarezas de los sueños. Sin embargo, el oxígeno era nuestro nuevo problema. Estabamos como en una especie de túnel acuático, ya que la posibilidad de ascender hasta la superficie no era algo que hubiéramos considerado. Simplemente esperábamos eso... llegar al final del túnel para poder volver a respirar.
- Qué angustioso...
- En ese momento... yo... te besé.
- ¿Me besaste?
Me di cuenta de que nuestros rostros estaban muy juntos. Casi estaba susurrándole el sueño, lo que la habría obligado a acercarse a mí y yo no me había dado cuenta hasta ahora. Reprimí un escalofrío temeroso e ignoraba la esperanza revolviendo mi estómago.
- Te di mi oxígeno.
- Volviste a salvarme...
Sus ojos repentinamente vidriosos, ¿serían por mí?
- Sí...
Pero no era así, y la rueda me obligaba a obedecer mis emociones. El miedo al dolor acababa de romper mi derecho a decidir.
- ¡No! -Dije, como si la palabra hubiera salido a presión después de comprimir mi garganta- Lo cierto es que no lo hice para que te salvaras. Bueno, no sólo por eso. Yo... la verdad es que estaba dando mi vida a cambio de un beso.

No fui capaz de decir esa última frase mirándola a los ojos, más bien miraba al suelo, donde creía que en cualquier momento podría ver un reflejo metafórico de mí mismo. Al decirla, ya pude armarme de valor y la miré, con una falsa apariencia valiente, a los ojos. Seguíamos igual de cercanos que antes, no hacía falta ni medio segundo para que pudieramos besarnos, ni medio esfuerzo, ni media intención. Ambos temblábamos tanto que incluso podía suceder que nos besáramos sin querer.

Pero ella se levantó, dijo que debíamos ir yendonos y así lo hicimos. Al cabo de unos minutos caminando nos despedimos, tomamos nuestros respectivos distintos caminos y nunca más ha vuelto a haber un momento como aquel con ella.

En el tramo de camino a casa que me correspondía hacerlo en soledad averigüé los primeros síntomas, casi como resacosos, del caos que había organizado la rueda. Casi sin un sólo aliento de vida recordé con desesperanza los versos de un poeta, Bécquer, que seguramente había sentido también esa rueda imparable, o esa ola arrolladora poniendo constantemente la vida al borde de un precipicio, donde un miedo ficticio a la muerte nos obliga a querer expresar nuestros sentimientos y obtener sus resultados de inmediato.

"Por una mirada, un mundo,
por una sonrisa, un cielo,
por un beso... yo no sé
qué te diera por un beso."


"¡Ay!", dije en un suspiro. ¡Si almenos supiera con certeza que la vida equivale a un beso suyo!