sábado, 11 de septiembre de 2010

Dualidad

Una bandada de pájaros volando contra el viento alerta a los aldeanos, que no tardan en estremecerse al notar el suelo temblando bajo sus pies. Gritan, corren y se organizan como pueden intentando ponerse a salvo del invisible enemigo.

Pero no era el implacable capricho de la naturaleza quien sacudía la tierra en la que yacían sus hogares y sus familias. Negras nubes de tormenta ocultaron un decadente sol que, antes de morir, dedicó un último rayo de luz a las innumerables espaldas que asomaban por la cima de la colina adyacente a la aldea, vislumbradas como siluetas sombrías. Caballos, trompetas, rugidos; el clamor del verdadero enemigo anunciando sus intenciones.

"¡Todos tenemos que unirnos, defendernos, pelear contra ellos!", gritaban los furiosos aldeanos dispuestos a proteger su tierra y sus seres queridos. El desconcierto y la incertidumbre que les provocaba tan repentino ataque sin explicación fue superado por la adrenalina de tener que hacerles frente. La lluvia empezó a regar la tierra mientras todos se colocaban en sus recién decididos puestos de batalla. Ninguno se quedó atrás, los más débiles aguardaban con miedo pero dispuestos a entrar en batalla; los más fuertes permanecían en primera línea con el odio y la rabia en sus miradas y en sus empapados rostros.

"Todos van a ser aniquilados", dijo quien guiaba a los jinetes atacantes. Con el comienzo de la arenga se detuvieron las trompetas, los caballos pusieron fin a sus enloquecidos relinchos, los hombres sustituyeron los cánticos de guerra por sádicas sonrisas que contenían el placer de saber la sangre que iban a derramar. "No quiero que dejéis a nadie vivo, arrasad con todo. Incendiad su mundo y no dejéis tiempo a que el fuego robe las vidas que debéis robar vosotros. ¡Quemadlo todo! ¡Quemad la tierra que me creó!"

Una explosión de gritos dio rienda suelta a la ira galopando colina abajo, y trajo en consecuencia una segunda explosión, la de sus concienciados oponentes. Hachas de leñadores, mazas y demás herramientas de trabajo varias, haciendo de improvisadas armas, corrían hacia la ladera embravecidas por el inminente encuentro.

- ¡Esto es todo lo que tenemos y todo lo que amamos! ¡Y es nuestro!
- ¡Matadlos! ¡No quiero ver más que cenizas donde ahora hay vida!

sábado, 4 de septiembre de 2010

Sólo quería cerrar los ojos y que, de repente, al abrirlos, hubieran pasado todas las horas molestas que seguidas me tocan sufrir. Los hospitales nunca me han gustado y siempre que ha surgido decirlo, sólo he sabido argumentarlo recordando a un joven ficticio: porque allí había pasado el peor día de su vida, el día en el que nació. Pero no puedo dormir eternamente.

- ¿Qué te ha traído aquí? -Preguntó el hombre que descansaba en la cama de al lado. Se podía ver que era un hombre de mediana edad, a pesar de su demacrado y envejecido aspecto. Además, todos esos tubos entrando y saliendo de su cuerpo y ese color de piel amarillento... no inspiraban muy buenas expectativas.
- Quise respirar con fuerza -dije cogiendo aire con resignación. Era la primera vez que contaba la historia que me había llevado a estar hospitalizado y ya sentía que no quería hacerlo más-. ¡Y estaba haciéndolo! Realmente estaba consiguiendo respirar más fuerte que ninguna otra vez.
- ¿Te explotaron los pulmones, muchacho? -Se burló entre risas que me molestaron- ¿Para qué ibas a querer hacer eso además?
- No me explotó nada y no necesitaba una razón para hacerlo. Llevaba mucho tiempo queriendo hacerlo, lo hice y ya está.

Me quedé callado con la esperanza de que el tenso intercambio de palabras que habíamos tenido nada más empezar, le hicieran replantearse la posibilidad de seguir entablando una conversación conmigo. Me pasé minutos sintiendo su mirada insistente e interrogante en mi cara.

- ¡Pero sigue! -Pidió finalmente.
- Pues bueno, respiré tan hondo que, por lo visto, dejé sin oxígeno a todas las personas de mi alrededor.
- ¡Venga ya! -Exclamó, intentando en vano incorporarse para observarme mejor- ¡Pero chico, eso es imposible!
- ¡Ja! Dígaselo a los que me dieron la paliza. Eso es lo que me ha traído aquí.
- ¿Te dieron una paliza por dejarles sin oxígeno? ¡Siento reírme -dijo mientras se reía sin ningún tipo de culpabilidad aparente-, pero no tiene sentido!
- Cuando ya disfrutaba de aquel logro -seguí contando la historia-, agridulce logro, soltando toda aquella inmensa cantidad de aire por la boca en un inconmensurable desahogo, les vi acercarse a mí. Aunque aun en el éxtasis de la expulsión de todo aquel aíre contenido, conseguí rápidamente ponerme en actitud defensiva, porque ya en sus ojos vi las ganas de... lanzarme lejos del planeta. "¡Me robas mi aíre!", "¿por qué quieres mi aíre?", "¡y el mío!" "¿no tienes suficiente con el tuyo que quieres el nuestro?". Yo empecé a disculparme mientras retrocedía, intentando que me dejaran irme de allí sin más. "Perdón por respirar vuestro aíre", ¡mierda, llegué a disculparme por respirar y eso no les bastó!

Acababa de entender porque aborrecía contar aquella historia incluso antes de haberlo hecho alguna vez. ¿Quién iba a creérsela? ¿Quién iba a poder entender mi frustración si cualquiera en su sano juicio daría por hecho que la historia no es real?

- Me disculpé por respirar... -susurré cerrando los ojos y notando la somnolencia que con la pena me viene siempre. Nunca demasiado fuerte esa somnolencia como para arrancarme unos cuantos meses del mundo. Eso sí que serían vacaciones.
- Bueno, muchacho. La paliza te la llevaste igual, eso te enseñará a no disculparte cuando no debes. Hay veces que sólo queremos castigar a alguien, ni aunque merecieras disculparte te hubieras librado del castigo.
- ¿Y a ti qué te ha traído aquí? -Realmente no tenía interés en conocer los motivos, pero cualquier cosa mejor que seguir hablando sobre eso. Sobre mí.
- A lo que me ha traído aquí yo lo llamo "perder las ganas de vivir". Los médicos lo llaman de otra manera, pero nunca me he interesado en saber cómo lo llaman ellos.
- ¿Intento de suicidio? -Inquirí internamente alarmado. Cierto es que no quería hablar sobre mi historia, pero mucho menos ser el confesor o improvisado y casi obligado psicólogo de un suicida.
- ¡No! -Masculló haciendo un aspaviento de desprecio con la mano-. Todo lo que está vivo va muriendo lentamente. Pues bueno, los que no tenemos ganas de vivir, digamos que nos ponemos de acuerdo con el cuerpo, o no sé, de algún modo... vamos muriendo menos lentamente.

Asentí perplejo con la cabeza y adopté una notable postura de "quiero dormir" que dio por finalizada la conversación. Al final conseguí encontrar el sueño y me dormí mientras le escuchaba farfullando: "¡Mierda de tubos! ¡Mi voluntad es más fuerte que vosotros!"



Al anochecer del día siguiente, tras pasar el resto de horas con apacibles aunque, llegado cierto punto, ya agotadoras lecturas, volvió a hablarme.
- Es extraño -dijo.
- ¿Qué es extraño? - Pregunté tras unos segundos, sintiéndome obligado a hacerlo.
- Nadie ha venido a visitarte.
- Tampoco ha sido para tanto -respondí tras unos segundos en blanco-, sólo una paliza... mañana ya me dan el alta.

Buscó torpemente nuevas posturas para acomodarse y al final acabó poniéndose en la misma.
- Dime, ¿pensabas en algo mientras te daban la paliza? -Preguntó con aire enigmático.
Me esforcé en recordar qué sucedía en mi cabeza durante ese tiempo.
- Pensé que serían mis últimos pensamientos. Podrían haberlo sido, claro, pero tampoco discernía muy bien la realidad, supongo que la exageraba. Pero en aquel momento no sabía hasta dónde pensaban llegar conmigo, así que me sucedió lo típico. No vi mi vida entera en diapositivas ni mucho menos, pero sí podría decir que vi las diapositivas relativamente recientes. Si hubiera tenido más tiempo o tranquilidad para mis hipotéticos últimos pensamientos, los hubiera tenido mejores.
- Llegaste a pensar que podía ser tu final entonces.
- Claro, con un golpe ya se podría matar a una persona, ¿cómo no iba a pensarlo?

Luchó por incorporarse en la cama, igual de torpe que las anteriores veces, pero con mucho mas ahínco que las demás. Tanto que esta vez sí que lo consiguió. Me miró a los ojos, que me permitieron observar por primera vez lo vieja que era su mirada a pesar de no ser comparable a todas luces con su posible edad y, adoptando un matiz dramático, volvió a hablarme.

- Sin embargo aquí estás. Has sobrepasado al momento en el que creías que podía acabar todo. Debes tomarte esto como una fiesta, tu fiesta. La fiesta en la que celebras que has sobrevivido, porque da igual lo que te haya traído aquí, tú sientes que has sobrevivido. Sin embargo, sólo tú estás aquí celebrándola. La fiesta en la que se celebra que estás vivo, y sólo tú estás en ella.

Me quedé congelado, atrapado en sus ojos y en sus frases.

- Yo también tuve un día esa fiesta -continuó diciendo-, y también la celebré solo. Desde entonces, nunca he querido que esa fiesta en la que estoy sólo yo acabe y que si nadie la celebra conmigo, tampoco nadie la viva junto a mí. Cierto es que son triplicadas las ganas de vivir que consume ese estado y hasta que se gastan y enfermas como yo, pero nunca más te darán palizas por respirar hondo. Respira todo lo hondo que quieras, incluso aquí, a mí no me vas a ahogar. Son las injusticias las que no dejan respirar, no lo permitas mientras te duren las ganas de vivir.


"¡Huye, amigo mío, a tu soledad! Ensordecido te veo por el ruido de los grandes hombres, y acribillado por los aguijones de los pequeños." Friedrich Nietzsche.