viernes, 12 de agosto de 2011

Elemento viento

Hace unos días, el viento se detuvo junto a mí. Me dijo que le acompañara a algún alto acantilado donde pudiera volar libremente, que hastiado de la ciudad empezaba a necesitar no tener horizontes.

Yo respondí que no me pillaba de camino, pero insistió: "No te aburrirás -me dijo-, tengo mucho que contar". Intrigado, acepté y comencé a caminar tras los signos que me hacía para marchar junto a él, un periódico volando a ras de la acera, el cabello de una mujer agitándose, las caricias entre los dedos y los roces compartidos por las mejillas de los demás transeúntes...

El camino hasta el acantilado, que decidimos era el más apropiado, fue largo pero liviano. Conversamos de todas las cosas que se nos ocurrieron: de la luna, de colores, de melancolía, de amistad, de dolor, de revolución, de amor, de muerte, de progreso, de sociedad, de paciencia, de incomprensión, del paso del tiempo, de ausencia, de alejamientos y acercamientos, de sueños...

Parecía que su rastro de brisa brillaba, cual estrella fugaz, junto a mí. Parecía que no decía nada en comparación con todo lo que se traducía que sabía, y cada tema de conversación era una bocanada de intrigas y dudas que se abría frente a mí y que me dejaba sediento. La atracción era tal, que no podía preocuparme en seguir su ritmo, sólo quería hablar y hablar y rodear abismos junto a él. "Ahora, por lo menos, ya sabes que están ahí".

Y así, en un éxtasis deslumbrante de palabras sin fin, llegamos a su destino. Se arremolinó fuertemente a mi alrededor, e iluminando más resplandeciente que nunca nos despedimos y me quedé allí plantado contemplando expectante como se alejaba disfrutando de su nueva libertad.

Ahora, sólo días después, ya se ha soldado a mi mente como un recuerdo a atesorar. El día que hablé de todo lo que necesitaba, sin prisas, sin miedos, sin tabúes; y del agujero tan grande que ha dejado a su paso y de cómo ahora necesito escribir para suplirlo.