Se cruzaron las miradas a la vez que se soltó el pie suavemente del acelerador. Yo seguí caminando, todavía a una distancia considerable. ¿Es él, verdad? Sí, me respondí a mí, y en un momento vinieron a mi mente los pocos recuerdos que me lo confirmaban.
"Sí, sin duda", parecimos decir a la vez. La mirada persistió, es más, se endureció.
Quizá esto se puede tomar como una declaración de guerra, pero qué más da.
Soy un cabrón al que ya no le importa nadie.
Cuando pensé eso, no pude evitar sonreírle. Pero no como se le sonríe a un amigo, ni a alguien que simplemente te cae bien. Cuando siento esa explosión de orgullo dentro de mí, no puedo evitar bajar la mirada al tiempo que alzo la cabeza, sin dejar de mirar al mismo punto que antes.
No frenó para dejarme paso, era evidente. Pero alcancé a su lentitud, y conforme cruzaba el estrecho paso de cebra rodeándole por detrás, mis llaves hirieron la fea pintura blanca de su coche. El espejo retrovisor que había a mi derecha pintaba un par de ojos confusos que me seguían el paso.
No pude quitar esa sonrisa macabra de mi cara hasta que pasaron unas horas.
Que disfrutes el regalo, ya tienes otro recuerdo más del que yo formo parte.
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