martes, 5 de junio de 2007

Las personas somos especialmente serviciales cuando nuestra vida está en juego. Sólo tengo que pedir y se me da. Un rehén es como un genio que puede solucionarte la vida.

Su cara mira al hueco que queda libre en la ventana mientras yo cierro la última persiana y se despide del sol, se despide de la última esperanza de que alguien le salve, ahora los dos estamos más tranquilos. Una vez que todo es seguro, los dos podemos empezar a asumir lo que va a pasar.

Escucho como se retuerce en una de las sillas de madera en la que lo he atado. Música para mis oídos mientras le miro fijamente, sentado desobedientemente sobre su mesa.

- ¿Qué quieres de mí? ¿Que te apruebe? ¡Lo hago!
Me lo pienso.
- ¡Te apruebo! -Insiste- ¡En serio! No me cuesta ningún trabajo.
- Dulce tentación, pero lo que yo quiero es que no puedas aprobar a nadie más nunca. Además, si todo sale bien, ya me aprobaré yo.

Se desespera.

- Mira, tampoco me apasiona ser profesor. Dejaré de ejercer si eso es lo que quieres. Me metí aquí porque necesitaba dinero.

Saqué los dos billetes de cincuenta que encontré en su chaqueta cuando le registré. Había pensado en quedármelos para mí, pero romperlos despreocupadamente mientras leía en su mirada era mucho más apasionante que lo que pudiera comprar con ellos.

- Dinero... -medité-. 100 euros en tu bolsillo, ¿llevas esa cantidad todos los días? Por si acaso, ¿verdad? Tomas un desayuno demasiado caro creo yo.
- ¡Te estoy diciendo la verdad!

Su muñeca empieza a sangrar. Como siga forcejeando tan fuerte con los alambres va a acabar quedándose manco pronto.

- Tú necesitabas poder, y no del que te da el dinero.

Le eché los trozos de los billetes por lo alto y apoyé mi pierna en el hueco del espaldar que quedaba libre, muy cerca de su cara. Realmente estaba disfrutando con esto.

Me mira asustado, cree que le voy a pegar otra vez. Empieza a llorar.

- ¡Tengo familia! No me hagas nada.

Ojeo de nuevo las fotos que encontré en su cartera. Me empiezo a reír, me hacen gracia las caras con las que salimos en las fotos de carnet.
Ahora está rabioso por haberme burlado de su familia. Tantos cambios bruscos de ánimo me confunden.

- Me gusta más tu nueva actitud -le confieso-. Antes eras un obsesionado de la autoridad, todo tenía que ser como tú querías que fuese. Ahora, sin embargo, te estás adaptando bastante bien a la humillación. Pero estoy dejando de divertirme, estoy seguro de que ya me he saciado.

Me inclino hacia él. Le toco la frente mientras cierro los ojos. Construyo su imagen en mi mente, y mi rostro empieza a cambiar. Mi cuerpo entero esta sufriendo un cambio. Después de un rato, ya soy él.

No sale de su asombro, se está viendo a mí en él.

- Ocuparé tu lugar durante un tiempo, ¿de acuerdo?

Se ha quedado sin habla.

Es suficiente, me digo.

Empiezo a golpearle con uno de mis libros de texto en la cabeza hasta que muere. Una foto en esas circustancias debería ser muy divertida. Ahora tengo que encargarme de limpiar la sangre y trasladar el cadáver, pero eso es una tarea mucho más aburrida de contar.

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