domingo, 27 de mayo de 2007

Los humanos dormimos en comunas enormes, una gran plaza cerrada a la que llamamos hogar. Convivimos como enemigos anónimos en la vigilia, pero mientras el resto duerme, todos necesitan abrazarse, darse un calor distinto al que encuentran bajo el sol. Eso los mantiene con vida.

Yo me hago centro de la oscuridad, en pie, me rodeo de los misteriosos ruídos. Y no necesito más calor que el de vidas pasadas.

Seres fantasmagóricos me rodean y me sonríen. Hacen temblar a los que han dejado los ojos cerrados. De mí salen y entran con fuerza y me lo agradecen a su modo: no habrá paz en sus noches. Los comprendo a todos. Murieron igual de mal que vivieron, están rabiosos. Igual que yo no soporto a los estúpidos ellos no soportan a los felices. Resulta que tenemos enemigos comunes, queremos equilibrar la balanza a golpe de dolor.

Horas después estoy yo solo, sentado con las piernas cruzadas sobre el colchón que he heredado. Veo las sombras de la humanidad, el sube y baja de sus respiraciones y el brillo aceitoso tan peculiar del sudor.

Toda la oscuridad del planeta se sacude ante el fuego. El cielo por unos segundos ha estado naranja en plena madrugada. He encedido un cigarro.

El silencio desaparece bajo el velo de paz que he tirado, hipocresía. Todos empiezan a despertar con toses compulsivas. Escuchan atemorizados carcajadas, se preguntan de dónde provienen.

"Me cuesta respirar"

"No puedo ver nada"

La sangre entra en escena.

Doy una calada más al cigarro.

- Os regalo el abrir de ojos en la noche, sed enemigos ahora también.

Y todos se acuchillaban a ciegas, posiblemente yo también morí esa noche. Luché por equilibrar la balanza.

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