miércoles, 30 de mayo de 2007

El zumbido monótono del ventilador a duras penas molestaba en comparación con el estruendo que se colaba por la ventana de la música ajena.

- Deberías hacer algo de provecho -se escucha entre la niebla de sonidos.

Luego un portazo.

Cierro la ventana, se silencia un poco la música. Ahora escucho cómo algo gigantesco se cae al suelo en la casa de arriba. Lo que sea debe haber colado bajo la cama o tras un sofá, porque ahora arrastran algo muy pesado para recuperarlo. En otra casa escucho hasta platos chocando y agua cayendo.

Por otro lado, vienen gritos de la calle. Parece que hay personas enfrascadas en una conversación muy malhumorada, seguramente quieran descubrir quién es más imbécil de todos y les cueste trabajo.

Los insultos se silencian por una bocina traída del futuro, directamente del día en que el mundo explota. La razón: un enorme camión, cuyo perfil muestra la altísima temperatura a la que viaja, se ha quedado atascado en la estrecha esquina de la calle. El conductor tiene la cara roja y grita mientras mira a todos lados.

Putear mientras lo abarcas todo con la mirada... es como si regañas a todo el mundo a la vez, aunque en su caso nadie tenga la culpa de su metedura de pata. Otro bocinazo.

El de la música debe estar también mosqueado, en consecuencia, porque ha subido el volumen un tanto más. Se habrá puesto celoso.

En la pelea, la gente está doblemente frustrada porque sus ingeniosidades no se escuchan al completo por culpa de la bocina. Algunos han ido a ayudar al camionero para ver si se larga ya y pueden seguir en el interesante menester.

Entre todo, mi móvil empieza a sonar. Tiene puesto el sonido más alto y chirriante posible, para que tenga oportunidad de vez en cuando de darme cuenta de que me llaman.

Lo cojo. No escucho a nadie hablando, sólo emite un pitido casi en susurro. Me tapo el oído que queda libre, para enfocar mejor la escucha. Únicamente consigo escuchar más claramente el pitido, que se intensifica progresivamente.

Cada vez más alto, ya resulta molesto. De repente, me vi forzado a lanzar el móvil contra la pared y soltar un grito de dolor. El eco de aquel molesto ruído todavía estaba dentro de mí.

En ese momento me doy cuenta de que todo ha parado, ya no hay más.

No hay música, nadie arrastra nada arriba, nadie discute en la calle, ningún camión encerrado. Todos los hijos de puta parecen haberse quedado quietos de repente.

Cierro los ojos, tiendo la cabeza en el espaldar de la butaca... disfruto de los primeros segundos de tranquilidad, de silencio, desde que me desperté.

Al rato, cuando ya estoy satisfecho, me propongo ver alguna de las series que se me hayan bajado, manjar de la tranquilidad. Pero debe de haber un fallo en los codecs de sonido, o se ha bajado mal, o yo qué sé, porque se escucha nada. Otro vídeo, lo mismo. Ni tan siquiera mi música suena.

Me doy cuenta de que algo problemático sucede cuando enciendo la televisión y compruebo que tampoco emite sonido, a pesar de que la imagen funciona correctamente.

No obstante, ignoro lo raro del asunto y decido ponerme a leer un libro. Ciego desde luego no estoy. Y no quiero desaprovechar este momento de tranquilidad para preocuparme.

Abrí el libro por donde me quedé:

"Con un ojo atento a la ventana, me sumí en la relativa oscuridad del local. Aparte de la rubia, no parecía haber nadie más, cosa que no me extrañó en cuanto vi las pinturas.
- ¿Conoce a Terence Glass? -preguntó, al tiempo que me daba un catálogo y la lista de precios. Era una cosita muy mona.
- Por supuesto, tengo tres suyos.
Algunas veces tienes que echarle cara al asunto, ¿no?
- ¿Tres qué?
Claro que no siempre funciona.
- Pinturas.
- Santo Dios, no sabía que pintara." *

(*Fragmento de "Una noche de perros - Hugh Laurie")

Cuando levanté la cabeza para reírme, la carcajada se me quedó congelada en la boca. Yo estaba en aquella galería, en mitad de la conversación entre aquellos dos personajes del libro. Veía cómo la rubia aguantaba la risa mientras llamaba a voces a su compañera, que estaría en otra habitación, para hacerla cómplice de la cómica situación, a la vez que el hombre se daba media vuelta y seguía a lo suyo evitando la vergüenza.

Entonces lo entendí todo.

Aquel día perdí el sentido que me sobraba y conseguí el nuevo que necesitaba.


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